Al escuchar esas palabras, Azucena sintió cómo la sangre se le helaba en las venas y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Su rostro se tornó pálido de inmediato. La declaración del Beta era clara: no le brindaría su ayuda. El hecho de que Ragnar no fuera a protegerla o mediar a su favor le generaba un miedo y desamparo que la dejó sin aliento.
Azhren, por su parte, adoptó un tono aparentemente cordial.
—Muchas gracias, señor Ragnar, siempre tan considerado —el comentario, aunque en apariencia cortés, tenía un matiz de superioridad y control.
—¡Por favor! —suplicó repentinamente la voz desgarrada de Azucena—. ¡Señor Ragnar, ayúdeme! ¡Se lo ruego, por favor! —agregó, implorando como quien se aferra a su último hilo de vida. La loba no quería rendirse, aunque Ragnar ya había dejado en claro su posición.
Azhren se tensó al escucharla suplicar. ¿Por qué una esclava le estaba pidiendo auxilio a un Beta, como si en verdad creyera que éste la ayudaría?
—Cierra la boca, esclava —siseó el Delt