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El Heredero en la Sombra

Sebastián De la Cruz no durmió esa noche. Cada vez que cerraba los ojos, veía la imagen de Valeria en ese vestido esmeralda, mirándolo con un desprecio que lo quemaba por dentro. Pero lo que más lo atormentaba era la voz que había escuchado a través del teléfono. Mateo.

Busca todo sobre ella ordenó Sebastián a su asistente personal, Marcos, a las tres de la mañana. No me importa cuánto cueste. Quiero saber dónde ha estado cada segundo de estos últimos cinco años. Y sobre todo... quiero saber quién es ese niño.

Marcos asintió, visiblemente nervioso por la intensidad en los ojos de su jefe. Sebastián nunca había mostrado tanto interés por nada, ni siquiera por los negocios multimillonarios que solía cerrar con un bostezo.

A la mañana siguiente, Valeria se encontraba en su oficina en el piso 40 de la Torre Montes. El sol de Madrid entraba por los ventanales, pero el ambiente dentro era frío. Mateo, su hijo de cuatro años, estaba sentado en el sofá de terciopelo de la oficina, concentrado en su tableta.

Mamá, alguien está intentando entrar en tu red de seguridad otra vez dijo el pequeño Mateo sin levantar la vista. Sus dedos se movían con una agilidad asombrosa para su edad.

Valeria se acercó y acarició el cabello oscuro de su hijo. Mateo era el vivo retrato de Sebastián: la misma mandíbula fuerte, el mismo cabello rebelde, pero afortunadamente, con una nobleza que su padre nunca tuvo.

¿Otra vez, cariño? ¿Puedes bloquearlo? preguntó Valeria, con una sonrisa orgullosa.

Ya lo hice. Y les envié un virus que hará que sus computadoras muestren fotos de gatitos durante tres horas respondió el niño con una sonrisa traviesa.

Valeria rió, pero su risa se cortó cuando su secretaria anunció por el intercomunicador:

Sra. Montes, el Sr. De la Cruz está aquí. Llega diez minutos antes de la cita.

Hazlo esperar ordenó Valeria con frialdad. Que espere exactamente once minutos. Quiero que sepa que su tiempo ya no vale nada para mí.

Cuando Sebastián finalmente entró en la oficina, su mirada barrió la habitación como un depredador buscando a su presa. Valeria estaba sentada tras su escritorio, imponente.

Eres puntual, Sebastián. O casi dijo ella, señalando el reloj. Siéntate. Tenemos mucho de qué hablar sobre tus deudas.

Sebastián ignoró la silla. Caminó hacia el escritorio y se apoyó en él, invadiendo su espacio personal. El aroma de Valeria lo golpeó de nuevo; era una mezcla de peligro y deseo que lo volvía loco.

No me importan las deudas, Valeria. Sabes perfectamente que puedo pagarlas gruñó él, su voz baja y ronca. Lo que quiero saber es qué estás tramando. ¿Por qué volver ahora? ¿Por qué comprar mis empresas?

Porque es divertido verte caer respondió ella con una calma absoluta. Me echaste como si fuera basura, me acusaste de algo que nunca hice. Ahora, yo soy la que tiene el poder de decidir si tu apellido sigue existiendo en el mercado o si termina en la quiebra.

La tensión entre ellos era casi eléctrica. Sebastián estaba a punto de responder cuando un pequeño ruido provino del sofá. Mateo se había puesto de pie, curioso por el hombre que hablaba tan fuerte.

Sebastián se quedó petrificado. Sus ojos se clavaron en el niño. Por un segundo, sintió que el tiempo se detenía. Ese niño... tenía sus mismos ojos. Esa forma de fruncir el ceño, esa postura desafiante... era como verse a sí mismo en un espejo del pasado.

¿Quién es él? preguntó Sebastián, y por primera vez, su voz tembló.

Valeria sintió un vuelco en el corazón, pero su máscara de hielo no se rompió. Se levantó rápidamente y se interpuso entre Sebastián y su hijo.

Es mi hijo. Y no es de tu incumbencia dijo ella, con un tono que advertía peligro.

Se parece a mí susurró Sebastián, dando un paso lateral para intentar ver mejor al niño.

Muchos niños tienen el cabello oscuro, Sebastián. No seas tan egocéntrico replicó Valeria, haciendo una señal a la niñera que esperaba en la puerta lateral. Mateo, ve con Elena. Mamá terminará de hablar con este señor pronto.

Adiós, señor de los gatitos dijo Mateo con una sonrisa inocente antes de salir.

Sebastián frunció el ceño. ¿Señor de los gatitos? Recordó que su equipo técnico acababa de reportar un fallo extraño en las computadoras de la empresa. Pero su mente no podía procesar eso ahora. Solo podía pensar en una cosa: el niño.

¿Cuántos años tiene, Valeria? preguntó él, volviendo a mirarla, esta vez con una furia contenida. Si ese niño tiene cuatro años, las fechas coinciden.

Tiene cuatro años admitió Valeria, desafiante. Pero recuerda lo que me dijiste hace cinco años, Sebastián. Dijiste que yo era una mujer infiel, una "trepadora". Según tu lógica de entonces, este niño podría ser de cualquiera, ¿verdad?

Esas palabras fueron como una bofetada para Sebastián. El peso de su propia crueldad pasada cayó sobre él.

Valeria, si ese niño es mío...

No es tuyo le cortó ella, acercándose tanto que él podía ver el fuego de odio en sus ojos. Tú perdiste el derecho a ser padre el día que me lanzaste a la calle bajo la lluvia. Mateo es solo mío. Y si te acercas a él, juro que usaré todo mi capital para borrar el nombre De la Cruz de la faz de la tierra.

Valeria abrió la puerta de su oficina, dándole a entender que la reunión había terminado. Sebastián salió, pero no se fue. Se quedó en el pasillo, con el corazón latiendo con una fuerza violenta.

No le importaban las amenazas. No le importaba el dinero. Si ese niño era su sangre, lo recuperaría. Y si Valeria era la madre de su hijo, la obligaría a volver a su lado, aunque tuviera que construir una jaula de oro para ella.

La guerra acababa de volverse personal.

Cliffhanger: Sebastián decide seguir a Valeria en secreto esa noche, solo para descubrir que ella se está reuniendo con un hombre misterioso en un restaurante de lujo... ¿Es el "padre" falso de Mateo?

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