Sebastián de la Cruz estaba sentado en su despacho, rodeado de una oscuridad que parecía tragarse la poca cordura que le quedaba. Sobre su escritorio, la fotografía anónima brillaba bajo la luz de la lámpara. En la imagen, Isabella, su futura esposa, entregaba un sobre lleno de dinero al hombre que destruyó su matrimonio hace cinco años.La puerta se abrió de golpe. Isabella entró, luciendo un vestido de encaje rosa, con una sonrisa fingida que ya no lograba engañar a nadie.Sebastián, querido, ¿por qué no bajaste a cenar? La servidumbre dice que has estado encerrado horas dijo ella, acercándose para rodear su cuello con los brazos.Sebastián no se movió. Su cuerpo estaba tan rígido como una estatua de mármol.Isabella, ¿alguna vez te has preguntado por qué Valeria nunca se defendió con pruebas aquel día? preguntó él, su voz era un susurro gélido que hizo que el vello de la nuca de Isabella se erizara.Porque no tenía pruebas, Sebastián. Era una mujer infiel, lo sabes...Sebastián lan
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