Ella me sostiene la mirada por un momento que me parece eterno. Esos ojos suyos siempre han tenido el poder de desarmarme. Entonces, deja la ropa que tiene en las manos y cruza los brazos, como evaluando mis palabras.
—Eso suena bien, Leonard. Pero las palabras no bastan. Quiero ver hechos, no promesas vacías —dice, con una franqueza que me hace admirarla aún más.—Lo sé —respondo, firme—. Pero, Clío, si me das la oportunidad, voy a demostrarte que el Leonard que quieres a tu lado puede estar contigo.Con Clío ya acomodada en el asiento del copiloto, arranco el auto tratando de no sonar tan ansioso con mis acciones. Pero es imposible fingir que no estoy pendiente de cada gesto suyo. Sus ojos no están cerrados, pero tampoco parecen interesados en lo que está viendo. “Lo estás haciendo bien, Leo. Déjala tranquila”, me repito como un mantra. Pero la