Ella me miró fijamente, como si mis palabras fueran difíciles de creer. Algo en su expresión me hacía pensar que esas heridas habían sido profundas, quizás demasiado para curarse con algo tan simple como mi afirmación. Pero no iba a detenerme.
—No lo eres. No tienes idea de cómo te veo —continué, mis dedos rozando su piel con delicadeza—. No solo me haces reaccionar, Clío. Me haces sentir que todo lo que creía entender sobre mí mismo está mal. Quien te dijo eso quería herirte, no lo permitas, Clío.Guardó silencio, su mirada bajando hacia el suelo mientras sus dedos trazaban líneas desordenadas sobre mi pecho, como si estuvieran buscando algo. —Sé que cuando lo dijo quería herirme, y lo hizo. Me hirió muy profundo. —Su voz salió baja, casi un susurro que me recorrió como un