Tomé una bocanada de aire y bajé las manos de su rostro, sosteniéndolas entre las mías. Las apreté con firmeza.
—Primero, deja de castigarte por algo que no está en tus manos —dije, haciendo que me mirara—. Y segundo, deja que te cuide. No solo como Alan, no solo como alguien que está aquí para ti. Déjame cuidar de todo lo que te pesa. No tienes que enfrentarte sola a esto, Clío. —Déjame aquí, Leo, un rato más —pidió en un susurro. —No, la temperatura está muy fría y enfermarás si no lo estás ya —exigí, poniéndome de pie.Y, sin que ella pudiera hacer nada, la tomé en mis brazos y la llevé directamente a la ducha. La coloqué en ella y abrí el agua caliente. Ella me miró sin decir nada, solo dejando que las lágrimas corrier