48. CRUZANDO LA LÍNEA
Él cerró los ojos un momento y su expresión cambió. Simplemente tomó mi rostro entre sus manos, apoyando su frente contra la mía como un gesto de consuelo.
—Pero yo no, Clío, yo me acordaré de todo —dijo, tratando de ponerse de pie—. No, Clío, por dios, quiero ser correcto contigo, aunque me vuelves loco.
No le doy tiempo a pensar; me siento encima de él y me quito el vestido, quedando solo en ropa interior. Leo abre los ojos admirando mi cuerpo. Lo beso desesperadamente, recorro con mis manos su cuerpo, no dejo de besarlo, le abro la camisa, aunque siento que trata de resistirse.
—Detente, Clío. Yo te quiero para mi esposa, no para una noche. Te voy a cuidar, aunque tú misma no sepas cómo hacerlo —susurró, con una ternura que contrastaba con su mirada fija y seria—. Te haré el amor cuando estés lista para entender por qué realmente me deseas.
Lo miré dentro de la neblina de mi borrachera, pensando en lo increíblemente complicado que era todo con el señor Leonard. Estaba siend