47. EL REGRESO A CASA

Al realizar esa pregunta, queriendo saber quién era esa rubia que le había hablado a Leonard con tanto derecho, las risas se detuvieron. Él me miró por un rato y me dijo que luego me diría quién era ella. No insistí. Volvimos a bailar y reír mientras tomábamos, hasta que, al fin, llegó la hora de marcharnos. Yo estaba embriagada; no recordaba cuánto tiempo hacía que no bebía, y Gloria me había hecho beber más de lo que debía.

—Leo, querido. Hazme el favor de sujetarme bien, o creo que me caeré al piso —le pedí, sin apenas percatarme de lo que decía al ponerme de pie para marcharnos y sentir que mi cabeza daba vueltas.

—Ven, Clío, te sujetaré bien —dijo muy amable.

Me tomó por la cintura hasta llegar a su auto. Me sentó, me puso el cinturón de seguridad y, al hacerlo, tuvo que inclinarse sobre mí. El olor de ese perfume me llenó las fosas nasales, trayendo muy malos recuerdos a mi mente que creía olvidados. Tomé a Leo por la camisa, haciendo que me mirara. Estábamos muy cerca. En
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