Leonard suelta un suspiro pesado. Su frente se apoya contra la mía, en un gesto que mezcla frustración y necesidad.
—Gracias, amor, yo tampoco creo poder aguantar ver que otro hombre te toque. Buscaremos otra manera —se apresura a decir mientras me abraza fuerte—. Por lo pronto, quiero que me acompañes al despacho secreto de papá. Desde que creímos que murió, ni David ni yo lo hicimos. Pero antes, ven, dame tu mano. Vamos al baño, que es donde no hay cámaras. Me toma de la mano y guía cada uno de mis movimientos. Su palma cálida sobre la mía transmite una sensación de seguridad que me había hecho falta desde que esta tormenta comenzó, desde que nuestros enemigos acechan en cada rincón. Caminamos con cautela hasta llegar al baño. Leonard aprieta mi mano justo antes de entrar, y la luz tenue del pequeño espacio nos envuelve. &