253. UNA MUESTRA DE LO QUE QUIERO
Hago lo que me dice porque me siento desesperada; quiero que esa angustia que tengo en mi vientre se vaya, quiero terminar, sentir ese enloquecedor orgasmo. Él me atrapa las manos y me las amarra con algo encima de mi cabeza, sujetándolas al sillón, y el recuerdo de mi primera vez comienza a venir a mi mente, mientras él no deja de chupar mis senos e introducirse con todas sus fuerzas, sin contemplación.
—¿Quieres que pare? —pregunta.
Me niego a rendirme; me doy cuenta de lo que me quiere enseñar, pero, por alguna razón, me gusta lo que me hace.
—No pares, por favor, no pares, solo suéltame las manos —le pido en un casi sollozo que no puedo aguantar.
Su mirada se fija en mí, intensa y cargada de algo que no puedo definir. Esa mezcla de poder y vulnerabilidad que me envuelve y me consume. No me suelta las manos, y sus movimientos continúan; su ritmo ahora está marcado por un propósito que no alcanzo a comprender, pero que, al mismo tiempo, me aturde y me obliga a rendirme.
—¿Por qué de