Me abrazo sonriente con Leonard, ambos desnudos, y realmente estamos felices. Por un momento, nos quedamos así, escuchando el ritmo acompasado de nuestros corazones. No sé en qué estaba pensando cuando propuse que me llevara a uno de esos terribles clubes donde trafican humanos.
—¿Quieres que te enseñe algo sorprendente, amor? —pregunta Leonard, aún abrazado a mí. —¿Sorprendente? ¿Qué quieres decir? —digo, separándome de él, mirándolo intrigada por el tono emocionado con que ha hablado—. Primero tenemos que buscar ropa. —Ven, sígueme, dame la mano —me pide, saliendo de la ducha y cerrando el agua. —Estamos desnudos, amor —digo, deteniéndome—. ¿Adónde vamos a ir así? —Confía en mí y dame la mano —me pide de nuevo. &n