Clío salió de la oficina caminando a paso firme, aunque no pudo evitar sentir una mezcla de enojo y frustración bullendo en su interior. ¿Por qué Leonard insiste en estar detrás de mí, cuando es evidente que lo detesto? pensó, mientras empujaba la puerta de su despacho.
Entró y fue directamente al dispensador de agua. Necesitaba calmarse. Sirvió un vaso de agua fría y lo sostuvo entre las manos, tratando de sofocar el calor que se acumulaba en su cuerpo, no solo por el enfado, sino también por ese pequeño y molesto nerviosismo que él lograba despertar en ella. —¿Volviste a rechazar al jefe? —preguntó Lúa, su mejor amiga y asistente personal, quien acababa de entrar, aún sosteniendo la carpeta de pendientes del día. —Sabes muy bien que no lo soporto —respondió Clío, dejándose caer en una silla con un tono cargado de frustración—. Se cree que todas las mujeres debemos caer rendidas a sus pies como si fuera un dios griego o algo así. Lúa entrecerró los ojos, analizándola con una sonrisa que parecía saber más de lo que decía. —¿Y por qué te resistes tanto, si yo sé que te gusta? —le soltó de manera directa. Clío levantó la mirada, frunció el ceño y respondió con una mezcla de incredulidad y furia mal disimulada: —¿De dónde sacas esa locura? —Lúa alzó una ceja, claramente burlona, mientras se sentaba frente a ella. —Vamos, Clío. No tienes que mentirme. —No niego que es… —pausó al buscar las palabras correctas, mientras giraba el vaso de agua entre las manos—… que es muy bien parecido, pero de ahí a que me guste hay un gran trecho, querida amiga. Lúa sonrió aún más y ladeó la cabeza como si analizara cada gesto de Clío. Ella era su mejor amiga desde que eran niñas. —¿De verdad no te gusta ni un poquito, mi amiga? —la interrogó, con una curiosidad que parecía más una afirmación que una pregunta. —Es que me llama mucho la atención: es tan respetuoso con todos, pero contigo cambia completamente. Clío soltó una risa irónica, como si lo dicho fuera la mayor broma que hubiera escuchado ese día. —¿Respetuoso con todas, Lúa? —repitió con incredulidad. —Sí, Clío, aunque no lo creas —respondió Lúa con naturalidad, mientras acomodaba los documentos del día y deslizaba uno que otro sobre el escritorio. —Hay chicas hermosas que prácticamente se le lanzan encima, y él apenas las mira y las pone en su lugar. Por eso no entiendo por qué contigo se comporta de esa manera. Clío apretó los labios. Aunque intentaba no darle demasiadas vueltas, la verdad era que tampoco entendía del todo el comportamiento de Leonard. Era como si con ella se quitara esa máscara de amabilidad controlada que llevaba con todos y se transformara en alguien insistente y, francamente, insoportable. —Me verá como un reto, eso es todo —respondió finalmente, arrugando un poco la nariz, como siempre hacía cuando estaba molesta. —Conozco ese tipo de hombres, Lúa. Cuando ven que una mujer no se interesa en ellos, se sienten como machos alfa dolidos, y ahí es donde empieza el juego de la caza. —No creo que sea su caso —aseguró Lúa. Clío se quedó en silencio por un momento, sorbiendo lentamente el agua de su vaso. No estaba de acuerdo con las palabras de Lúa. —¿Por qué lo defiendes tanto? —la increpó Clío, con molestia y los ojos brillando de enfado—. ¡Cada vez que voy a su oficina quiere comerme con los ojos! Y además, me trata de tú, con una confianza que nunca le he dado. —Tú también le dices Leo —le recordó Lúa, un poco divertida mientras cruzaba los brazos. —¿Por qué tú puedes y él no? —¡Lo trato así porque él mismo me lo exigió! —confesó Clío, sintiendo que el control de la conversación comenzaba a escapar de sus manos. Su tono traicionaba no solo frustración, sino también cierta vulnerabilidad que odiaba mostrar. Lúa la miró con una ceja arqueada, apoyando los codos sobre la mesa con la paciencia de quien conoce muy bien a su amiga. —Vamos, Clío —dijo con una sonrisa condescendiente que intensificó la incomodidad de Clío—. Tú no eres del tipo de mujer que hace algo "porque se lo exigen". No me engañas, amiga, él te gusta. —Lúa —Clío levantó la voz, pero trató de mantener la calma, girando la silla para evitar directamente la mirada inquisitiva de su amiga—, eres mi mejor amiga desde hace muchos años, pero, claramente, aún no me conoces. Bufó molesta y dirigió la vista hacia el ventanal de la oficina. La ciudad se extendía como un infinito caótico bajo los reflejos dorados del sol poniente. Necesitaba ese instante para recuperar su compostura, para alejarse del tema, para bloquear ese hilo de pensamientos que Lúa había empezado a tejer con sus insinuaciones. —Ahora, deja de hablar de él y dime qué tenemos que hacer esta tarde —añadió con un tono cortante, claramente deseando dar por terminado el asunto. Lúa sonrió con una mezcla de resignación y triunfo. No insistió; siempre sabía hasta dónde llegar con Clío, pero estaba claro que había plantado una duda que su amiga no podía arrancar tan fácilmente. —Tienes una reunión con Brayan a las dos, luego un cóctel informal con clientes potenciales a las siete —respondió profesionalmente, aunque el brillo divertido aún no se apagaba de sus ojos—. Y, por supuesto, como siempre, tienes que verte impecable. Clío suspiró, agradecida por el cambio de tema, aunque todavía sentía una incomodidad latente en el fondo de su pecho. Mientras organizaba los papeles en su escritorio y planificaba los pasos para el resto del día, su atención se desvió hacia un dato en la agenda que la hizo sonreír, casi sin darse cuenta. —Ves, ese es un hombre por el cual hubiese estado dispuesta a saltarme mis reglas. Lástima que esté casado —comentó mientras se dejaba caer en el asiento, con una mezcla entre nostalgia y resignación. Lúa alzó la vista, arrugando la nariz al escucharla. No le gustaba como su mejor amiga hablaba de su amigo Bryan. —No sé qué le ves, dista mucho de Leo —replicó con una mezcla de burla y desaprobación. Clío levantó las cejas, como si no diera crédito a las palabras de su amiga. Para ella su amigo era un ejemplo de hombre. —Pues, para empezar, puedo pasar horas hablando con Brayan sin aburrirme. De cualquier tema que le hables, sabe darte conversación —respondió con una sonrisa de añoranza, mientras sus ojos parecían perderse en el recuerdo—. Es elegante, respetuoso y gentil… Lúa la escuchaba con incredulidad, pero la interrumpió con una exclamación cargada de dramatismo: —¡Vaya, Clío! Cualquiera que te oye podría pensar que estás enamorada de él. —¡No estoy enamorada de él! —protestó Clío, casi ofendida, aunque con un leve tono defensivo que traicionaba sus emociones—. Solamente lo admiro. Es un querido amigo, felizmente casado, con dos preciosas niñas. ¡No me mires así, que es verdad!Lúa ladeó la cabeza, analizándola con ojos perspicaces, pero decidió no insistir. La conocía demasiado bien y estaba convencida que su amiga creía eso que le decía. —Bueno, espero que algún día encuentres a tu Brayan —cedió con una pequeña sonrisa. Sin embargo, pronto su rostro se iluminó con picardía, y añadió, en un tono burlón—: A mí, que me dejen con uno como Leo. Su cuerpo me enloquece, y si no sabe hablar, no me molesta mucho. Lo que importa es el trabajo que hace en la cama, ja, ja, ja, ja... Clío soltó una carcajada sincera, negando con la cabeza. Pensando que su amiga no tenía remedio. —¡Grosera, nunca vas a cambiar! —dijo, aunque no pudo evitar que una sonrisa cruzara su rostro. Lúa siempre tenía ese don para hacerla reír, incluso en los momentos más tensos. —Nada de grosera —respondió Lúa, moviéndose por la oficina como si la conversación fuera lo más casual del mundo—. Eso lo dices porque nunca has probado el dulce como se debe. El día que lo hagas, estoy segur
La mirada de Jenri se detuvo un segundo en ella, seria y analítica, antes de responder con la misma cortesía, pero con una frialdad que parecía una barrera infranqueable. —No es necesario, señorita Lúa, pero muchas gracias por el ofrecimiento—dijo secamente. Clío levantó una ceja, observando de reojo cómo su amiga intentaba mantener la compostura tras la respuesta desalentadora. Sin darle demasiadas vueltas, Jenri añadió con profesionalismo: —Ahora, síganme, por favor. Mi jefe las está esperando. Una vez más, el asistente se adelantó, guiándolas con pasos firmes mientras ellas lo seguían en silencio. Lúa mordió el interior de su mejilla, resistiendo la tentación de soltar algún comentario para aligerar la incomodidad. Clío, sin embargo, no pudo evitar una pequeña sonrisa irónica en sus labios. —Deberías tomar notas de cómo lidiar con un bloqueo emocional —susurró con humor, inclinándose hacia Lúa mientras caminaban. —¡Oh, cierra la boca! —respondió su amiga, visibl
Clío tragó saliva, un leve nudo formándose en su garganta. Sabía que, en teoría, lo que ellos planteaban sonaba como una oportunidad increíble. Sin embargo, algo en su interior, una especie de pulso silencioso, la instaba a no precipitarse. Necesitaba analizarlo, reflexionar con calma. Ambos la miraban con expectación, como si estuvieran seguros de que diría que sí de inmediato. Pero Clío no tomaba decisiones apresuradas, mucho menos si se trataba de negocios. Ella valoraba la lógica y la preparación por encima de cualquier emoción momentánea. Enderezándose en la silla, adoptó una postura profesional, decidida a no dejarse arrastrar por el entusiasmo del momento. —Me siento muy halagada de que piensen tan bien de mí, chicos —comenzó, eligiendo cada palabra con cautela, para no herir sus sentimientos—. Pero ustedes me conocen, soy… complicada para trabajar. Soy exigente, un poco inflexible. A veces me gana la frustración y termino chocando con todos si las cosas no salen como quier
El día de hoy ha sido agotador. He estado presionada por la cantidad de proyectos, y cuando pensé que había terminado, mi jefe me llamó para que sustituyera a una trabajadora que se accidentó y no pude negarme. Es una reunión muy importante. —Clío, estás tarde —me presiona Lua desde la puerta, con mi vestido en una mano y los papeles en otra. —Ya voy, Lua, no sé por qué el jefe me avisó con tan corto periodo —digo molesta, siempre es así con él. —Es que Larisa tuvo un accidente en el auto y se partió el brazo, ella era la que iba a ir. Pero esto para ti es fácil —sigue diciendo Lua sin dejar de ayudarme—. Ya llegó el taxi. —Está bien, está bien. Dame el vestido —no lo puedo creer, creo que no voy a poder meterme en él—. ¿Por qué compraste ese tan entallado? Y para colmo, con un cierre que cierra completo. —Clío, era el más elegante que tenían en la tienda de tu talla —contesta Lua sin hacerme caso, yo sé que lo compró a su gusto, no al mío—. Mira, te queda perfecto, toma los zapa
Nos adentramos en una sala de juntas repleta. La mayoría son hombres que, al verme, prácticamente me desnudan con la mirada. Una chica muy profesional hace las presentaciones. Cuando soy anunciada, me adelanto y hago mi presentación. Todo sale muy bien; al retirarse, los participantes felicitan a mi jefe y algunos a mí. — Muchas gracias, Clío, ha sido, como siempre, un trabajo impresionante —me dice mi jefe, sin perder su profesionalidad. — Gracias, señor, solo hago mi trabajo —respondo de igual manera. — Bueno, ahora que todo ha terminado, habrá una pequeña recepción en la planta baja. Relájese y vamos. Después, la llevaré personalmente a su casa —me habla respetuosamente, pero ni loca lo dejo llevarme; podría intentar algo al vernos solos en su coche. Por eso me apresuro a decirle: — No es necesario, señor. Tomaré un taxi. — Puedo llevarla, pero si lo prefiere así, no me voy a oponer —dice con la misma seriedad con que me ha tratado toda la noche.Estoy asombrada, realment
Esto debe ser el karma, no debía reírme de la desgracias de mi jefe. Me pego a la pared corriendo, mientras miro a Leonard, que trata de tapar la mancha en su pantalón mientras maldice una y otra vez que no puede hacer nada. —Señorita Clío, acérquese por favor —me llama. —No puedo señor, venga usted, necesito de su ayuda—. Le pido casi en una súplica. Él me mira y avanza, cubriendo con su mano el pantalón. —Señor, necesito que me dé su saco —balbuceo mirando a todas partes. —¿Mi saco? —se asombra y niega con la cabeza. —No puedo señorita, mire como me ha dejado esa chica, y todavía tengo que atravesar todo ese espacio hasta la salida. —¡Señor, mi vestido se ha abierto! —Susurro aterrada. —¿Qué quiere decir? —pregunta levantando una ceja. —¡El zíper de mi vestido se ha abierto, estoy completamente desnuda! —Repito maldiciendo a Lua por hacerme esto. —¡Por favor, ayúdeme! —A ver, dese la vuelta, a lo mejor no es tan grave —dice muy serio. —¡Lo es señor, lo es! —Digo mientras
Leonard guardó silencio con expresión dolida, pero no dijo nada más. El chofer, por indicación de Leonard, arrancó el coche. Mi jefe seguía sin articular palabra, mientras yo me hundía en el asiento de cuero, intentando que el saco cubriera lo más posible mi cuerpo.— Muchas gracias, señor, se lo agradezco mucho —dije, respirando aliviada y un poco avergonzada por lo sucedido antes—. Disculpe, estoy agotada.— No me lo agradezca todavía —respondió muy serio, sin mirarme—. Me temo que esta salida nos va a dar muchos dolores de cabeza a usted y a mí.Era la primera vez que lo veía comportarse de esta manera, y aunque había mostrado su otro yo por un momento, seguía siendo todo un caballero conmigo. Al llegar a mi casa, lo miré de soslayo.— Esta es mi casa, señor. Muchas gracias por todo —iba a bajar, pero me detuve y le pregunté—: ¿Quiere subir para poder regresarle su saco? Quizás pueda ayudarle a quitar la mancha de su pantalón.— Está bien, señorita, no se preocupe —se negó, para mi
Leonard miraba a Clío con desesperación; ya no sabía qué más hacer para que ella lo aceptara. Por más que lo intentaba, ella parecía inmune a sus encantos. Su mirada fría y sus rechazos constantes lo desarmaban, pero esta vez había decidido ir con todas sus fuerzas. Con determinación, se puso de pie, rodeó el buró que los separaba y, con un ademán solemne, se arrodilló frente a ella. Clío lo observaba inmutable, como si aquella escena fuera una rutina más. Leonard tomó su delicada mano entre las suyas y, mirándola directamente a los ojos con una intensidad desgarradora, confesó:—Te amo, Clío. Clío arqueó ligeramente una ceja, su rostro permanecía sereno. Se quedó allí mirando a su jefe hasta que soltó un suspiro.—¿Por qué me dices eso, Leo? —preguntó con un tono neutral, sin el más mínimo indicio de emoción.—Porque eres hermosa —respondió Leonard, esbozando una sonrisa cargada de nerviosismo y esperanza.La decepción cruzó fugazmente los ojos de Clío, quien apartó su mano tras un