2. CLÍO Y LÚA

Clío salió de la oficina caminando a paso firme, aunque no pudo evitar sentir una mezcla de enojo y frustración bullendo en su interior. ¿Por qué Leonard insiste en estar detrás de mí, cuando es evidente que lo detesto? pensó, mientras empujaba la puerta de su despacho.

 Entró y fue directamente al dispensador de agua. Necesitaba calmarse. Sirvió un vaso de agua fría y lo sostuvo entre las manos, tratando de sofocar el calor que se acumulaba en su cuerpo, no solo por el enfado, sino también por ese pequeño y molesto nerviosismo que él lograba despertar en ella.

—¿Volviste a rechazar al jefe? —preguntó Lúa, su mejor amiga y asistente personal, quien acababa de entrar, aún sosteniendo la carpeta de pendientes del día.

—Sabes muy bien que no lo soporto —respondió Clío, dejándose caer en una silla con un tono cargado de frustración—. Se cree que todas las mujeres debemos caer rendidas a sus pies como si fuera un dios griego o algo así.

Lúa entrecerró los ojos, analizándola con una sonrisa que parecía saber más de lo que decía.

—¿Y por qué te resistes tanto, si yo sé que te gusta? —le soltó de manera directa.

Clío levantó la mirada, frunció el ceño y respondió con una mezcla de incredulidad y furia mal disimulada:

—¿De dónde sacas esa locura? —Lúa alzó una ceja, claramente burlona, mientras se sentaba frente a ella. —Vamos, Clío. No tienes que mentirme.

—No niego que es… —pausó al buscar las palabras correctas, mientras giraba el vaso de agua entre las manos—… que es muy bien parecido, pero de ahí a que me guste hay un gran trecho, querida amiga.

 Lúa sonrió aún más y ladeó la cabeza como si analizara cada gesto de Clío. Ella era su mejor amiga desde que eran niñas.

—¿De verdad no te gusta ni un poquito, mi amiga? —la interrogó, con una curiosidad que parecía más una afirmación que una pregunta. —Es que me llama mucho la atención: es tan respetuoso con todos, pero contigo cambia completamente.

Clío soltó una risa irónica, como si lo dicho fuera la mayor broma que hubiera escuchado ese día.

—¿Respetuoso con todas, Lúa? —repitió con incredulidad.

—Sí, Clío, aunque no lo creas —respondió Lúa con naturalidad, mientras acomodaba los documentos del día y deslizaba uno que otro sobre el escritorio. —Hay chicas hermosas que prácticamente se le lanzan encima, y él apenas las mira y las pone en su lugar. Por eso no entiendo por qué contigo se comporta de esa manera.

 Clío apretó los labios. Aunque intentaba no darle demasiadas vueltas, la verdad era que tampoco entendía del todo el comportamiento de Leonard. Era como si con ella se quitara esa máscara de amabilidad controlada que llevaba con todos y se transformara en alguien insistente y, francamente, insoportable.

—Me verá como un reto, eso es todo —respondió finalmente, arrugando un poco la nariz, como siempre hacía cuando estaba molesta. —Conozco ese tipo de hombres, Lúa. Cuando ven que una mujer no se interesa en ellos, se sienten como machos alfa dolidos, y ahí es donde empieza el juego de la caza.

—No creo que sea su caso —aseguró Lúa.

Clío se quedó en silencio por un momento, sorbiendo lentamente el agua de su vaso. No estaba de acuerdo con las palabras de Lúa.

—¿Por qué lo defiendes tanto? —la increpó Clío, con molestia y los ojos brillando de enfado—. ¡Cada vez que voy a su oficina quiere comerme con los ojos! Y además, me trata de tú, con una confianza que nunca le he dado.

—Tú también le dices Leo —le recordó Lúa, un poco divertida mientras cruzaba los brazos. —¿Por qué tú puedes y él no?

—¡Lo trato así porque él mismo me lo exigió! —confesó Clío, sintiendo que el control de la conversación comenzaba a escapar de sus manos. Su tono traicionaba no solo frustración, sino también cierta vulnerabilidad que odiaba mostrar.

Lúa la miró con una ceja arqueada, apoyando los codos sobre la mesa con la paciencia de quien conoce muy bien a su amiga.

—Vamos, Clío —dijo con una sonrisa condescendiente que intensificó la incomodidad de Clío—. Tú no eres del tipo de mujer que hace algo "porque se lo exigen". No me engañas, amiga, él te gusta.

—Lúa —Clío levantó la voz, pero trató de mantener la calma, girando la silla para evitar directamente la mirada inquisitiva de su amiga—, eres mi mejor amiga desde hace muchos años, pero, claramente, aún no me conoces.

 Bufó molesta y dirigió la vista hacia el ventanal de la oficina. La ciudad se extendía como un infinito caótico bajo los reflejos dorados del sol poniente. Necesitaba ese instante para recuperar su compostura, para alejarse del tema, para bloquear ese hilo de pensamientos que Lúa había empezado a tejer con sus insinuaciones.

—Ahora, deja de hablar de él y dime qué tenemos que hacer esta tarde —añadió con un tono cortante, claramente deseando dar por terminado el asunto.

Lúa sonrió con una mezcla de resignación y triunfo. No insistió; siempre sabía hasta dónde llegar con Clío, pero estaba claro que había plantado una duda que su amiga no podía arrancar tan fácilmente.

—Tienes una reunión con Brayan a las dos, luego un cóctel informal con clientes potenciales a las siete —respondió profesionalmente, aunque el brillo divertido aún no se apagaba de sus ojos—. Y, por supuesto, como siempre, tienes que verte impecable.

Clío suspiró, agradecida por el cambio de tema, aunque todavía sentía una incomodidad latente en el fondo de su pecho. Mientras organizaba los papeles en su escritorio y planificaba los pasos para el resto del día, su atención se desvió hacia un dato en la agenda que la hizo sonreír, casi sin darse cuenta.  

—Ves, ese es un hombre por el cual hubiese estado dispuesta a saltarme mis reglas. Lástima que esté casado —comentó mientras se dejaba caer en el asiento, con una mezcla entre nostalgia y resignación.  

 Lúa alzó la vista, arrugando la nariz al escucharla.  No le gustaba como su mejor amiga hablaba de su amigo Bryan.

—No sé qué le ves, dista mucho de Leo —replicó con una mezcla de burla y desaprobación.  

 Clío levantó las cejas, como si no diera crédito a las palabras de su amiga. Para ella su amigo era un ejemplo de hombre. 

—Pues, para empezar, puedo pasar horas hablando con Brayan sin aburrirme. De cualquier tema que le hables, sabe darte conversación —respondió con una sonrisa de añoranza, mientras sus ojos parecían perderse en el recuerdo—. Es elegante, respetuoso y gentil…  

 Lúa la escuchaba con incredulidad, pero la interrumpió con una exclamación cargada de dramatismo:  

—¡Vaya, Clío! Cualquiera que te oye podría pensar que estás enamorada de él.  

 —¡No estoy enamorada de él! —protestó Clío, casi ofendida, aunque con un leve tono defensivo que traicionaba sus emociones—. Solamente lo admiro. Es un querido amigo, felizmente casado, con dos preciosas niñas. ¡No me mires así, que es verdad! 

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