EL PROBLEMA DEL CEO. ENAMÓRAME SI PUEDES
EL PROBLEMA DEL CEO. ENAMÓRAME SI PUEDES
Por: Bris
1.LA CONFESIÓN

 Leonard miraba a Clío con desesperación; ya no sabía qué más hacer para que ella lo aceptara. Por más que lo intentaba, ella parecía inmune a sus encantos. Su mirada fría y sus rechazos constantes lo desarmaban, pero esta vez había decidido ir con todas sus fuerzas. Con determinación, se puso de pie, rodeó el buró que los separaba y, con un ademán solemne, se arrodilló frente a ella. Clío lo observaba inmutable, como si aquella escena fuera una rutina más. Leonard tomó su delicada mano entre las suyas y, mirándola directamente a los ojos con una intensidad desgarradora, confesó:

—Te amo, Clío.

 Clío arqueó ligeramente una ceja, su rostro permanecía sereno. Se quedó allí mirando a su jefe hasta que soltó un suspiro.

—¿Por qué me dices eso, Leo? —preguntó con un tono neutral, sin el más mínimo indicio de emoción.

—Porque eres hermosa —respondió Leonard, esbozando una sonrisa cargada de nerviosismo y esperanza.

La decepción cruzó fugazmente los ojos de Clío, quien apartó su mano tras un breve silencio.

—¿Solo por eso? —replicó, observándolo con seriedad, como si esperara algo más, algo que él era incapaz de brindarle.

Leonard, confundido, buscó afanosamente las palabras adecuadas. Pero su mente había dejado de funcionar; tenerla tan cerca siempre le producía una especie de parálisis emocional. Apenas logró titubear:

—¿Y por qué más debería amarte?

 La pregunta cayó como un balde de agua fría. Clío lo miró detenidamente, su expresión era cada vez más inescrutable.  Se recostó en la silla hacia atrás y se levantó con gracia, pero su postura irradió firmeza.

—Si tú no lo sabes, Leo, entonces no vale la pena seguir hablando —sentenció con una seriedad que perforaba el aire.

—Pero, preciosa, no seas así… —insistió él, poniéndose también de pie, tratando de acortar la distancia entre ellos—. Te digo que estoy enamorado de ti, siempre lo he estado. No entiendo qué más quieres que te diga, Clío. Eres una mujer hermosa, deslumbras a todos los hombres por donde pasas. Mi corazón late como loco cada vez que te veo.

Ella se detuvo frente a la puerta, su rostro aún imperturbable. A pesar de las palabras apasionadas de Leonard, parecía no conmoverla ni un poco.

—La belleza no lo es todo, Leonard. Si fuese suficiente, quizás estarías con cualquiera que se ajuste a tu definición de belleza. Pero… ¿y yo? ¿Qué más ves en mí aparte de eso? —sugirió mientras fruncía apenas el ceño.

 Leonard titubeó de nuevo. Sabía que había algo más, algo que no lograba expresar con palabras. Sentía un torrente de emociones en su interior, pero todas se enredaban en nudos imposibles cada vez que intentaba transmitirlas. Clío dejó escapar un suspiro, como quien se resigna a un desenlace conocido.

—Lo siento, cariño —dijo Clío alejándose de él con un aire tranquilo y sugerente—. La época de los neandertales pasó hace mucho tiempo.  

—¿Qué quieres decir con eso, Clío? —preguntó Leonard, sintiendo cómo el desconcierto lo consumía y maldiciendo su incapacidad de pensar con claridad cuando estaba cerca de ella.  Clío ladeó la cabeza, mirándolo con una mezcla de compasión y picardía.  

—Cuando encuentres la respuesta, búscame, cariño —respondió con un toque de coquetería que lo desarmó por completo, dejándolo sin palabras.  

 Leonard, desesperado, reaccionó instintivamente y tomó su mano, intentando detenerla, intentando decir algo que pudiera cambiar el curso de aquel momento. Sin embargo, no logró emitir palabra alguna; era como si su garganta se hubiese cerrado de golpe.  

 Ella, con una sutileza calculada, retiró su mano de la de él y, girándose con una elegancia hipnótica, comenzó a caminar hacia la puerta. Sus caderas se balanceaban con naturalidad, dejando a Leonard clavado en el lugar, atrapado en un torbellino de frustración y deseo.  

 Él la contempló irse, con la mente inundada de miles de preguntas sin respuesta. Sabía que le gustaba, de eso no cabía duda. Pero no entendía por qué ella insistía en rechazarlo una y otra vez. ¿Qué más podía querer una mujer de un hombre como él?, pensaba, desconcertado.  

 Desde el primer momento en que la vio, ella había despertado algo en él que nunca antes había sentido. No era solo su innegable belleza, aunque aquello ya era suficiente para dejarlo sin aliento. Había algo más en ella, su personalidad atrevida, su manera desinhibida de ser, esa inteligencia y confianza que parecían desafiarlo con cada palabra y cada gesto. Todo en ella lo enloquecía.  

 Y, sin embargo, por más que lo intentaba, nada de lo que hacía o decía parecía ser suficiente. Se sentía perdido, sin rumbo, incapaz de entender qué era lo que estaba haciendo mal.  

 Respiró hondo y cerró los ojos un momento, tratando de calmarse. Pero lo único que apareció en su mente fue la imagen de Clío, con esa mirada airada y ese ligero destello de coquetería tan característico que lo volvía vulnerable.  

—¡Maldita sea, Clío! —murmuró entre dientes, apretando los puños.  

—¿Qué te acongoja, Leo? —preguntó su hermano menor, David, cruzado de brazos, mientras lo observaba detenidamente.  

—Lo sabes muy bien —respondió Leonard con un tono seco, entrando a la oficina y dejándose caer en el sillón—. Clío… otra vez me rechazó.  

—Mientras sigas pensando que solo con tus dotes de macho la vas a conquistar, te seguirá rechazando —repitió con la misma paciencia que ya se estaba agotando.  

—¿Qué quieres decir con eso, David? —preguntó Leonard, frunciendo el ceño, visiblemente molesto.  

—Leo, ella es una mujer que sabe lo que quiere. Es inteligente y ha llegado a donde está no por su belleza, sino por su trabajo, por su esfuerzo —le recordó David con firmeza, como si estuviera hablando con un niño que se negaba a comprender lo obvio.  

—¿Y qué tiene que ver eso con que no le guste? —replicó Leonard, sintiéndose frustrado.

—No es que no le gustes, Leonard, es cómo la tratas —David se sentía desesperado con su hermano mayor. — Te crees que todas las mujeres van a caer rendidas a tus pies solo porque te consideras un "buen ejemplar". Pero ella no es como las demás.  

—David… —dijo Leonard mientras sus labios se curvaban en una leve sonrisa de incredulidad—… todas las mujeres se desviven porque yo las mire. Vamos, hombre, mírame. No tengo por qué rogarle a ninguna mujer… Excepto a Clío —y luego, bajando un poco la mirada, añadió en un tono más sombrío—. Y sabes por qué.  

David lo miró fijamente, sin decir nada por un momento. Entonces, con un movimiento lento, negó con la cabeza otra vez y habló con franqueza.  

—Ese es tu error, hermano. Sigue así y nunca tendrás a Clío. Seguirás con tu amigo dormido, que, por lo visto, es lo que más te preocupa —lo dijo casi en un susurro, para que nadie más lo escuchara.  

Antes de que Leonard pudiera replicar, David salió de la oficina, sacudiendo la cabeza, como si ya no quisiera gastar más palabras en un caso perdido, no sin antes decir:  

—Sigue así y nunca tendrás a Clío.

 Cerró la puerta con fuerza tras de sí y, se quedó de pie en el centro, cabizbajo y pensativo. ¿Era posible que todas las veces que lo intentó estuviera haciendo lo contrario a lo que Clío necesitaba? ¿Y si David tenía razón? 

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