Leonard miraba a Clío con desesperación; ya no sabía qué más hacer para que ella lo aceptara. Por más que lo intentaba, ella parecía inmune a sus encantos. Su mirada fría y sus rechazos constantes lo desarmaban, pero esta vez había decidido ir con todas sus fuerzas. Con determinación, se puso de pie, rodeó el buró que los separaba y, con un ademán solemne, se arrodilló frente a ella. Clío lo observaba inmutable, como si aquella escena fuera una rutina más. Leonard tomó su delicada mano entre las suyas y, mirándola directamente a los ojos con una intensidad desgarradora, confesó:
—Te amo, Clío. Clío arqueó ligeramente una ceja, su rostro permanecía sereno. Se quedó allí mirando a su jefe hasta que soltó un suspiro. —¿Por qué me dices eso, Leo? —preguntó con un tono neutral, sin el más mínimo indicio de emoción. —Porque eres hermosa —respondió Leonard, esbozando una sonrisa cargada de nerviosismo y esperanza. La decepción cruzó fugazmente los ojos de Clío, quien apartó su mano tras un breve silencio. —¿Solo por eso? —replicó, observándolo con seriedad, como si esperara algo más, algo que él era incapaz de brindarle. Leonard, confundido, buscó afanosamente las palabras adecuadas. Pero su mente había dejado de funcionar; tenerla tan cerca siempre le producía una especie de parálisis emocional. Apenas logró titubear: —¿Y por qué más debería amarte? La pregunta cayó como un balde de agua fría. Clío lo miró detenidamente, su expresión era cada vez más inescrutable. Se recostó en la silla hacia atrás y se levantó con gracia, pero su postura irradió firmeza. —Si tú no lo sabes, Leo, entonces no vale la pena seguir hablando —sentenció con una seriedad que perforaba el aire. —Pero, preciosa, no seas así… —insistió él, poniéndose también de pie, tratando de acortar la distancia entre ellos—. Te digo que estoy enamorado de ti, siempre lo he estado. No entiendo qué más quieres que te diga, Clío. Eres una mujer hermosa, deslumbras a todos los hombres por donde pasas. Mi corazón late como loco cada vez que te veo. Ella se detuvo frente a la puerta, su rostro aún imperturbable. A pesar de las palabras apasionadas de Leonard, parecía no conmoverla ni un poco. —La belleza no lo es todo, Leonard. Si fuese suficiente, quizás estarías con cualquiera que se ajuste a tu definición de belleza. Pero… ¿y yo? ¿Qué más ves en mí aparte de eso? —sugirió mientras fruncía apenas el ceño. Leonard titubeó de nuevo. Sabía que había algo más, algo que no lograba expresar con palabras. Sentía un torrente de emociones en su interior, pero todas se enredaban en nudos imposibles cada vez que intentaba transmitirlas. Clío dejó escapar un suspiro, como quien se resigna a un desenlace conocido. —Lo siento, cariño —dijo Clío alejándose de él con un aire tranquilo y sugerente—. La época de los neandertales pasó hace mucho tiempo. —¿Qué quieres decir con eso, Clío? —preguntó Leonard, sintiendo cómo el desconcierto lo consumía y maldiciendo su incapacidad de pensar con claridad cuando estaba cerca de ella. Clío ladeó la cabeza, mirándolo con una mezcla de compasión y picardía. —Cuando encuentres la respuesta, búscame, cariño —respondió con un toque de coquetería que lo desarmó por completo, dejándolo sin palabras. Leonard, desesperado, reaccionó instintivamente y tomó su mano, intentando detenerla, intentando decir algo que pudiera cambiar el curso de aquel momento. Sin embargo, no logró emitir palabra alguna; era como si su garganta se hubiese cerrado de golpe. Ella, con una sutileza calculada, retiró su mano de la de él y, girándose con una elegancia hipnótica, comenzó a caminar hacia la puerta. Sus caderas se balanceaban con naturalidad, dejando a Leonard clavado en el lugar, atrapado en un torbellino de frustración y deseo. Él la contempló irse, con la mente inundada de miles de preguntas sin respuesta. Sabía que le gustaba, de eso no cabía duda. Pero no entendía por qué ella insistía en rechazarlo una y otra vez. ¿Qué más podía querer una mujer de un hombre como él?, pensaba, desconcertado. Desde el primer momento en que la vio, ella había despertado algo en él que nunca antes había sentido. No era solo su innegable belleza, aunque aquello ya era suficiente para dejarlo sin aliento. Había algo más en ella, su personalidad atrevida, su manera desinhibida de ser, esa inteligencia y confianza que parecían desafiarlo con cada palabra y cada gesto. Todo en ella lo enloquecía. Y, sin embargo, por más que lo intentaba, nada de lo que hacía o decía parecía ser suficiente. Se sentía perdido, sin rumbo, incapaz de entender qué era lo que estaba haciendo mal. Respiró hondo y cerró los ojos un momento, tratando de calmarse. Pero lo único que apareció en su mente fue la imagen de Clío, con esa mirada airada y ese ligero destello de coquetería tan característico que lo volvía vulnerable. —¡Maldita sea, Clío! —murmuró entre dientes, apretando los puños. —¿Qué te acongoja, Leo? —preguntó su hermano menor, David, cruzado de brazos, mientras lo observaba detenidamente. —Lo sabes muy bien —respondió Leonard con un tono seco, entrando a la oficina y dejándose caer en el sillón—. Clío… otra vez me rechazó. —Mientras sigas pensando que solo con tus dotes de macho la vas a conquistar, te seguirá rechazando —repitió con la misma paciencia que ya se estaba agotando. —¿Qué quieres decir con eso, David? —preguntó Leonard, frunciendo el ceño, visiblemente molesto. —Leo, ella es una mujer que sabe lo que quiere. Es inteligente y ha llegado a donde está no por su belleza, sino por su trabajo, por su esfuerzo —le recordó David con firmeza, como si estuviera hablando con un niño que se negaba a comprender lo obvio. —¿Y qué tiene que ver eso con que no le guste? —replicó Leonard, sintiéndose frustrado. —No es que no le gustes, Leonard, es cómo la tratas —David se sentía desesperado con su hermano mayor. — Te crees que todas las mujeres van a caer rendidas a tus pies solo porque te consideras un "buen ejemplar". Pero ella no es como las demás. —David… —dijo Leonard mientras sus labios se curvaban en una leve sonrisa de incredulidad—… todas las mujeres se desviven porque yo las mire. Vamos, hombre, mírame. No tengo por qué rogarle a ninguna mujer… Excepto a Clío —y luego, bajando un poco la mirada, añadió en un tono más sombrío—. Y sabes por qué. David lo miró fijamente, sin decir nada por un momento. Entonces, con un movimiento lento, negó con la cabeza otra vez y habló con franqueza. —Ese es tu error, hermano. Sigue así y nunca tendrás a Clío. Seguirás con tu amigo dormido, que, por lo visto, es lo que más te preocupa —lo dijo casi en un susurro, para que nadie más lo escuchara. Antes de que Leonard pudiera replicar, David salió de la oficina, sacudiendo la cabeza, como si ya no quisiera gastar más palabras en un caso perdido, no sin antes decir: —Sigue así y nunca tendrás a Clío. Cerró la puerta con fuerza tras de sí y, se quedó de pie en el centro, cabizbajo y pensativo. ¿Era posible que todas las veces que lo intentó estuviera haciendo lo contrario a lo que Clío necesitaba? ¿Y si David tenía razón?Clío salió de la oficina caminando a paso firme, aunque no pudo evitar sentir una mezcla de enojo y frustración bullendo en su interior. ¿Por qué Leonard insiste en estar detrás de mí, cuando es evidente que lo detesto? pensó, mientras empujaba la puerta de su despacho. Entró y fue directamente al dispensador de agua. Necesitaba calmarse. Sirvió un vaso de agua fría y lo sostuvo entre las manos, tratando de sofocar el calor que se acumulaba en su cuerpo, no solo por el enfado, sino también por ese pequeño y molesto nerviosismo que él lograba despertar en ella. —¿Volviste a rechazar al jefe? —preguntó Lúa, su mejor amiga y asistente personal, quien acababa de entrar, aún sosteniendo la carpeta de pendientes del día. —Sabes muy bien que no lo soporto —respondió Clío, dejándose caer en una silla con un tono cargado de frustración—. Se cree que todas las mujeres debemos caer rendidas a sus pies como si fuera un dios griego o algo así. Lúa entrecerró los ojos, analizándola con una son
Lúa ladeó la cabeza, analizándola con ojos perspicaces, pero decidió no insistir. La conocía demasiado bien y estaba convencida que su amiga creía eso que le decía. —Bueno, espero que algún día encuentres a tu Brayan —cedió con una pequeña sonrisa. Sin embargo, pronto su rostro se iluminó con picardía, y añadió, en un tono burlón—: A mí, que me dejen con uno como Leo. Su cuerpo me enloquece, y si no sabe hablar, no me molesta mucho. Lo que importa es el trabajo que hace en la cama, ja, ja, ja, ja... Clío soltó una carcajada sincera, negando con la cabeza. Pensando que su amiga no tenía remedio. —¡Grosera, nunca vas a cambiar! —dijo, aunque no pudo evitar que una sonrisa cruzara su rostro. Lúa siempre tenía ese don para hacerla reír, incluso en los momentos más tensos. —Nada de grosera —respondió Lúa, moviéndose por la oficina como si la conversación fuera lo más casual del mundo—. Eso lo dices porque nunca has probado el dulce como se debe. El día que lo hagas, estoy segur
La mirada de Jenri se detuvo un segundo en ella, seria y analítica, antes de responder con la misma cortesía, pero con una frialdad que parecía una barrera infranqueable. —No es necesario, señorita Lúa, pero muchas gracias por el ofrecimiento—dijo secamente. Clío levantó una ceja, observando de reojo cómo su amiga intentaba mantener la compostura tras la respuesta desalentadora. Sin darle demasiadas vueltas, Jenri añadió con profesionalismo: —Ahora, síganme, por favor. Mi jefe las está esperando. Una vez más, el asistente se adelantó, guiándolas con pasos firmes mientras ellas lo seguían en silencio. Lúa mordió el interior de su mejilla, resistiendo la tentación de soltar algún comentario para aligerar la incomodidad. Clío, sin embargo, no pudo evitar una pequeña sonrisa irónica en sus labios. —Deberías tomar notas de cómo lidiar con un bloqueo emocional —susurró con humor, inclinándose hacia Lúa mientras caminaban. —¡Oh, cierra la boca! —respondió su amiga, visibl
Clío tragó saliva, un leve nudo formándose en su garganta. Sabía que, en teoría, lo que ellos planteaban sonaba como una oportunidad increíble. Sin embargo, algo en su interior, una especie de pulso silencioso, la instaba a no precipitarse. Necesitaba analizarlo, reflexionar con calma. Ambos la miraban con expectación, como si estuvieran seguros de que diría que sí de inmediato. Pero Clío no tomaba decisiones apresuradas, mucho menos si se trataba de negocios. Ella valoraba la lógica y la preparación por encima de cualquier emoción momentánea. Enderezándose en la silla, adoptó una postura profesional, decidida a no dejarse arrastrar por el entusiasmo del momento. —Me siento muy halagada de que piensen tan bien de mí, chicos —comenzó, eligiendo cada palabra con cautela, para no herir sus sentimientos—. Pero ustedes me conocen, soy… complicada para trabajar. Soy exigente, un poco inflexible. A veces me gana la frustración y termino chocando con todos si las cosas no salen como quier
El día de hoy ha sido agotador. He estado presionada por la cantidad de proyectos, y cuando pensé que había terminado, mi jefe me llamó para que sustituyera a una trabajadora que se accidentó y no pude negarme. Es una reunión muy importante. —Clío, estás tarde —me presiona Lua desde la puerta, con mi vestido en una mano y los papeles en otra. —Ya voy, Lua, no sé por qué el jefe me avisó con tan corto periodo —digo molesta, siempre es así con él. —Es que Larisa tuvo un accidente en el auto y se partió el brazo, ella era la que iba a ir. Pero esto para ti es fácil —sigue diciendo Lua sin dejar de ayudarme—. Ya llegó el taxi. —Está bien, está bien. Dame el vestido —no lo puedo creer, creo que no voy a poder meterme en él—. ¿Por qué compraste ese tan entallado? Y para colmo, con un cierre que cierra completo. —Clío, era el más elegante que tenían en la tienda de tu talla —contesta Lua sin hacerme caso, yo sé que lo compró a su gusto, no al mío—. Mira, te queda perfecto, toma los zapa
Nos adentramos en una sala de juntas repleta. La mayoría son hombres que, al verme, prácticamente me desnudan con la mirada. Una chica muy profesional hace las presentaciones. Cuando soy anunciada, me adelanto y hago mi presentación. Todo sale muy bien; al retirarse, los participantes felicitan a mi jefe y algunos a mí. — Muchas gracias, Clío, ha sido, como siempre, un trabajo impresionante —me dice mi jefe, sin perder su profesionalidad. — Gracias, señor, solo hago mi trabajo —respondo de igual manera. — Bueno, ahora que todo ha terminado, habrá una pequeña recepción en la planta baja. Relájese y vamos. Después, la llevaré personalmente a su casa —me habla respetuosamente, pero ni loca lo dejo llevarme; podría intentar algo al vernos solos en su coche. Por eso me apresuro a decirle: — No es necesario, señor. Tomaré un taxi. — Puedo llevarla, pero si lo prefiere así, no me voy a oponer —dice con la misma seriedad con que me ha tratado toda la noche.Estoy asombrada, realment
Esto debe ser el karma, no debía reírme de la desgracias de mi jefe. Me pego a la pared corriendo, mientras miro a Leonard, que trata de tapar la mancha en su pantalón mientras maldice una y otra vez que no puede hacer nada. —Señorita Clío, acérquese por favor —me llama. —No puedo señor, venga usted, necesito de su ayuda—. Le pido casi en una súplica. Él me mira y avanza, cubriendo con su mano el pantalón. —Señor, necesito que me dé su saco —balbuceo mirando a todas partes. —¿Mi saco? —se asombra y niega con la cabeza. —No puedo señorita, mire como me ha dejado esa chica, y todavía tengo que atravesar todo ese espacio hasta la salida. —¡Señor, mi vestido se ha abierto! —Susurro aterrada. —¿Qué quiere decir? —pregunta levantando una ceja. —¡El zíper de mi vestido se ha abierto, estoy completamente desnuda! —Repito maldiciendo a Lua por hacerme esto. —¡Por favor, ayúdeme! —A ver, dese la vuelta, a lo mejor no es tan grave —dice muy serio. —¡Lo es señor, lo es! —Digo mientras
Leonard guardó silencio con expresión dolida, pero no dijo nada más. El chofer, por indicación de Leonard, arrancó el coche. Mi jefe seguía sin articular palabra, mientras yo me hundía en el asiento de cuero, intentando que el saco cubriera lo más posible mi cuerpo.— Muchas gracias, señor, se lo agradezco mucho —dije, respirando aliviada y un poco avergonzada por lo sucedido antes—. Disculpe, estoy agotada.— No me lo agradezca todavía —respondió muy serio, sin mirarme—. Me temo que esta salida nos va a dar muchos dolores de cabeza a usted y a mí.Era la primera vez que lo veía comportarse de esta manera, y aunque había mostrado su otro yo por un momento, seguía siendo todo un caballero conmigo. Al llegar a mi casa, lo miré de soslayo.— Esta es mi casa, señor. Muchas gracias por todo —iba a bajar, pero me detuve y le pregunté—: ¿Quiere subir para poder regresarle su saco? Quizás pueda ayudarle a quitar la mancha de su pantalón.— Está bien, señorita, no se preocupe —se negó, para mi