Lúa ladeó la cabeza, analizándola con ojos perspicaces, pero decidió no insistir. La conocía demasiado bien y estaba convencida que su amiga creía eso que le decía.
—Bueno, espero que algún día encuentres a tu Brayan —cedió con una pequeña sonrisa. Sin embargo, pronto su rostro se iluminó con picardía, y añadió, en un tono burlón—: A mí, que me dejen con uno como Leo. Su cuerpo me enloquece, y si no sabe hablar, no me molesta mucho. Lo que importa es el trabajo que hace en la cama, ja, ja, ja, ja... Clío soltó una carcajada sincera, negando con la cabeza. Pensando que su amiga no tenía remedio. —¡Grosera, nunca vas a cambiar! —dijo, aunque no pudo evitar que una sonrisa cruzara su rostro. Lúa siempre tenía ese don para hacerla reír, incluso en los momentos más tensos. —Nada de grosera —respondió Lúa, moviéndose por la oficina como si la conversación fuera lo más casual del mundo—. Eso lo dices porque nunca has probado el dulce como se debe. El día que lo hagas, estoy segura de que no lo vas a soltar. Ja, ja, ja, ja... Clío rodó los ojos, medio divertida, medio abochornada por las ocurrencias de su amiga. —¡Deja de decir estupideces y vámonos, no quiero llegar tarde! —exclamó mientras tomaba su bolso y se ponía de pie. Sin embargo, no pudo resistirse a agregar un último comentario pícaro. —Ni que tú lo hubieras probado... Además —añadió con un cambio repentino en su tono, volviéndose más seria—, sabes lo que me pasó aquella noche... Lúa dejó escapar un suspiro profundo y oscuro. Esa noche otra vez, ¿cómo podía olvidarla? La culpa la consumía, veía la vida de su amiga a la que consideraba una hermana detenida en el tiempo. —¿Cuándo lo vas a superar? —insistió Lúa con suavidad, dejando los documentos y fijando en su amiga una mirada más preocupada. —Era de noche y el chico estaba drogado. ¡Ni siquiera le llegaste a ver bien la cara! Sabes que fueron sus amigos quienes hicieron eso porque era un primerizo. Clío apretó los labios, sus manos tensándose alrededor del asa de su bolso. Cerró los ojos como si quisiera dejar de ver una imagen que no se iba. —Lo sé, pero no cambia las consecuencias de aquella noche para mí —respondió con una expresión sombría y un tono que no dejaba lugar a mayor discusión. El silencio se hizo espeso entre ambas por unos segundos, hasta que Clío alzó la cabeza con una expresión determinada. —¡Y ya basta! No quiero hablar más de ello —miró la seriedad de su amiga y dijo en tono de broma: — Con un troglodita al día es más que suficiente. Lúa entendió la advertencia en las palabras de su amiga y decidió no insistir más. Se limitó a tomar sus cosas y dirigirse hacia la puerta, intentando aliviar la tensión del ambiente con su característica ligereza. —Como quieras, jefa, pero yo sigo diciendo que necesitas dejarte llevar un poquito más por la vida... Y quién sabe, tal vez algún día el troglodita te sorprenda —ella podía ver lo que su amiga no. Clío no respondió al comentario. En cambio, se limitó a ajustar el bolso sobre su hombro y avanzar hacia la salida. Sin embargo, en su mente, los recuerdos del pasado seguían acechando, tan vivos y dolorosos como siempre. Qué fácil sería —pensó—, si la vida funcionara como los chistes de Lúa: ligeros, estúpidos y sin consecuencias. Lúa se quedó callada. Por más que ha intentado ayudar a su amiga durante todos estos años, no ha logrado que Clío deje atrás aquella noche terrible. Una punzada de culpa la invade, como siempre que se topan con este tema. Ella fue quien la llamó aquella noche, quien prácticamente la arrastró a esa reunión solo para luego abandonarla. ¿Pero cómo iba a imaginar que algo tan desastroso podría suceder? Toma los materiales en silencio y sigue a Clío, cuya energía parece haberse apagado de golpe. Se suben al auto, un modelo reluciente de última generación que, pese a los meses que lleva con él, sigue oliendo a nuevo. Clío había dudado mucho en hacer esa inversión, considerándola totalmente innecesaria, pero Brayan la convenció, como siempre lograba hacerlo, con ese tono persuasivo que no admitía demasiadas réplicas. Lo había conocido en la universidad. Desde el primer día de clases, Brayan y Edna, su ahora esposa, habían sido algo así como un equipo inseparable. Para ese entonces, él ya estaba perdidamente enamorado de aquella mujer, una sonrisa en forma humana que irradiaba luz a cualquier entorno. Clío no podía negar que, en el fondo, llegó a sentir algo de envidia hacia Edna en sus inicios, pero la vida los había unido en una amistad profunda e íntima. Entre los tres habían construido algo tan sólido que se convirtió más en un vínculo de hermandad que en simple camaradería. Ambos fueron esenciales tras aquella noche fatídica, tendiéndole la mano cuando creyó que no podría levantarse. Y ahora, además de amigos, también eran socios. Clío valoraba tanto sus talentos como su lealtad; siempre les daba prioridad en los negocios, pero no como un acto de favoritismo. Eso sería imposible en su mundo. Lo hacía porque confiaba ciegamente en la excelencia de su trabajo, algo que, con sus estándares, no era sencillo de lograr. El auto se detuvo suavemente frente al edificio de oficinas. Ambas bajaron mientras el brillo metálico del vehículo reflejaba los últimos destellos de la tarde. En la entrada las esperaba Jenri, su asistente, con su impecable porte y esa seriedad casi intimidante que siempre lo caracterizaba. —Buenas tardes, señoritas —saludó Jenri, con una voz grave y contenida que desentonaba con su rostro juvenil. —Buenas tardes, Jenri —respondió Clío con una sonrisa cortés. Sus ojos pasaron fugazmente a Lúa, notando al instante cómo su amiga bajaba la mirada, torpemente nerviosa. Clío no podía impedir una chispa de diversión; ya reconocía esa reacción en Lúa cada vez que Jenri aparecía—. ¿Cómo has estado? ¿Tu mamá está mejor? El joven asintió con solemnidad, mostrándose agradecido, pero sin demasiada calidez. —He estado bien, señorita Clío. A mi madre ya le dieron el alta; está mucho mejor. Muchas gracias por preguntar —respondió con una formalidad casi aristocrática, como si esperara cumplir con algún protocolo invisible.Lúa, que estaba inquieta a su lado, se apresuró a intervenir, intentando colocarse en el radar del chico.
—Si necesitas alguna ayuda con ella, Jenri, solo tienes que decirlo. Estaré encantada de ayudarte —dijo con un tono que intentaba sonar natural, aunque una ligera vacilación traicionaba sus nervios. Clío la miró con ternura sintiendo pena por su querida amiga. No le gustaba verla sufrir así, mientras pensaba que a veces los hombres son ciegos, sordos y mudos.La mirada de Jenri se detuvo un segundo en ella, seria y analítica, antes de responder con la misma cortesía, pero con una frialdad que parecía una barrera infranqueable. —No es necesario, señorita Lúa, pero muchas gracias por el ofrecimiento—dijo secamente. Clío levantó una ceja, observando de reojo cómo su amiga intentaba mantener la compostura tras la respuesta desalentadora. Sin darle demasiadas vueltas, Jenri añadió con profesionalismo: —Ahora, síganme, por favor. Mi jefe las está esperando. Una vez más, el asistente se adelantó, guiándolas con pasos firmes mientras ellas lo seguían en silencio. Lúa mordió el interior de su mejilla, resistiendo la tentación de soltar algún comentario para aligerar la incomodidad. Clío, sin embargo, no pudo evitar una pequeña sonrisa irónica en sus labios. —Deberías tomar notas de cómo lidiar con un bloqueo emocional —susurró con humor, inclinándose hacia Lúa mientras caminaban. —¡Oh, cierra la boca! —respondió su amiga, visibl
Clío tragó saliva, un leve nudo formándose en su garganta. Sabía que, en teoría, lo que ellos planteaban sonaba como una oportunidad increíble. Sin embargo, algo en su interior, una especie de pulso silencioso, la instaba a no precipitarse. Necesitaba analizarlo, reflexionar con calma. Ambos la miraban con expectación, como si estuvieran seguros de que diría que sí de inmediato. Pero Clío no tomaba decisiones apresuradas, mucho menos si se trataba de negocios. Ella valoraba la lógica y la preparación por encima de cualquier emoción momentánea. Enderezándose en la silla, adoptó una postura profesional, decidida a no dejarse arrastrar por el entusiasmo del momento. —Me siento muy halagada de que piensen tan bien de mí, chicos —comenzó, eligiendo cada palabra con cautela, para no herir sus sentimientos—. Pero ustedes me conocen, soy… complicada para trabajar. Soy exigente, un poco inflexible. A veces me gana la frustración y termino chocando con todos si las cosas no salen como quier
El día de hoy ha sido agotador. He estado presionada por la cantidad de proyectos, y cuando pensé que había terminado, mi jefe me llamó para que sustituyera a una trabajadora que se accidentó y no pude negarme. Es una reunión muy importante. —Clío, estás tarde —me presiona Lua desde la puerta, con mi vestido en una mano y los papeles en otra. —Ya voy, Lua, no sé por qué el jefe me avisó con tan corto periodo —digo molesta, siempre es así con él. —Es que Larisa tuvo un accidente en el auto y se partió el brazo, ella era la que iba a ir. Pero esto para ti es fácil —sigue diciendo Lua sin dejar de ayudarme—. Ya llegó el taxi. —Está bien, está bien. Dame el vestido —no lo puedo creer, creo que no voy a poder meterme en él—. ¿Por qué compraste ese tan entallado? Y para colmo, con un cierre que cierra completo. —Clío, era el más elegante que tenían en la tienda de tu talla —contesta Lua sin hacerme caso, yo sé que lo compró a su gusto, no al mío—. Mira, te queda perfecto, toma los zapa
Nos adentramos en una sala de juntas repleta. La mayoría son hombres que, al verme, prácticamente me desnudan con la mirada. Una chica muy profesional hace las presentaciones. Cuando soy anunciada, me adelanto y hago mi presentación. Todo sale muy bien; al retirarse, los participantes felicitan a mi jefe y algunos a mí. — Muchas gracias, Clío, ha sido, como siempre, un trabajo impresionante —me dice mi jefe, sin perder su profesionalidad. — Gracias, señor, solo hago mi trabajo —respondo de igual manera. — Bueno, ahora que todo ha terminado, habrá una pequeña recepción en la planta baja. Relájese y vamos. Después, la llevaré personalmente a su casa —me habla respetuosamente, pero ni loca lo dejo llevarme; podría intentar algo al vernos solos en su coche. Por eso me apresuro a decirle: — No es necesario, señor. Tomaré un taxi. — Puedo llevarla, pero si lo prefiere así, no me voy a oponer —dice con la misma seriedad con que me ha tratado toda la noche.Estoy asombrada, realment
Esto debe ser el karma, no debía reírme de la desgracias de mi jefe. Me pego a la pared corriendo, mientras miro a Leonard, que trata de tapar la mancha en su pantalón mientras maldice una y otra vez que no puede hacer nada. —Señorita Clío, acérquese por favor —me llama. —No puedo señor, venga usted, necesito de su ayuda—. Le pido casi en una súplica. Él me mira y avanza, cubriendo con su mano el pantalón. —Señor, necesito que me dé su saco —balbuceo mirando a todas partes. —¿Mi saco? —se asombra y niega con la cabeza. —No puedo señorita, mire como me ha dejado esa chica, y todavía tengo que atravesar todo ese espacio hasta la salida. —¡Señor, mi vestido se ha abierto! —Susurro aterrada. —¿Qué quiere decir? —pregunta levantando una ceja. —¡El zíper de mi vestido se ha abierto, estoy completamente desnuda! —Repito maldiciendo a Lua por hacerme esto. —¡Por favor, ayúdeme! —A ver, dese la vuelta, a lo mejor no es tan grave —dice muy serio. —¡Lo es señor, lo es! —Digo mientras
Leonard guardó silencio con expresión dolida, pero no dijo nada más. El chofer, por indicación de Leonard, arrancó el coche. Mi jefe seguía sin articular palabra, mientras yo me hundía en el asiento de cuero, intentando que el saco cubriera lo más posible mi cuerpo.— Muchas gracias, señor, se lo agradezco mucho —dije, respirando aliviada y un poco avergonzada por lo sucedido antes—. Disculpe, estoy agotada.— No me lo agradezca todavía —respondió muy serio, sin mirarme—. Me temo que esta salida nos va a dar muchos dolores de cabeza a usted y a mí.Era la primera vez que lo veía comportarse de esta manera, y aunque había mostrado su otro yo por un momento, seguía siendo todo un caballero conmigo. Al llegar a mi casa, lo miré de soslayo.— Esta es mi casa, señor. Muchas gracias por todo —iba a bajar, pero me detuve y le pregunté—: ¿Quiere subir para poder regresarle su saco? Quizás pueda ayudarle a quitar la mancha de su pantalón.— Está bien, señorita, no se preocupe —se negó, para mi
Leonard miraba a Clío con desesperación; ya no sabía qué más hacer para que ella lo aceptara. Por más que lo intentaba, ella parecía inmune a sus encantos. Su mirada fría y sus rechazos constantes lo desarmaban, pero esta vez había decidido ir con todas sus fuerzas. Con determinación, se puso de pie, rodeó el buró que los separaba y, con un ademán solemne, se arrodilló frente a ella. Clío lo observaba inmutable, como si aquella escena fuera una rutina más. Leonard tomó su delicada mano entre las suyas y, mirándola directamente a los ojos con una intensidad desgarradora, confesó:—Te amo, Clío. Clío arqueó ligeramente una ceja, su rostro permanecía sereno. Se quedó allí mirando a su jefe hasta que soltó un suspiro.—¿Por qué me dices eso, Leo? —preguntó con un tono neutral, sin el más mínimo indicio de emoción.—Porque eres hermosa —respondió Leonard, esbozando una sonrisa cargada de nerviosismo y esperanza.La decepción cruzó fugazmente los ojos de Clío, quien apartó su mano tras un
Clío salió de la oficina caminando a paso firme, aunque no pudo evitar sentir una mezcla de enojo y frustración bullendo en su interior. ¿Por qué Leonard insiste en estar detrás de mí, cuando es evidente que lo detesto? pensó, mientras empujaba la puerta de su despacho. Entró y fue directamente al dispensador de agua. Necesitaba calmarse. Sirvió un vaso de agua fría y lo sostuvo entre las manos, tratando de sofocar el calor que se acumulaba en su cuerpo, no solo por el enfado, sino también por ese pequeño y molesto nerviosismo que él lograba despertar en ella. —¿Volviste a rechazar al jefe? —preguntó Lúa, su mejor amiga y asistente personal, quien acababa de entrar, aún sosteniendo la carpeta de pendientes del día. —Sabes muy bien que no lo soporto —respondió Clío, dejándose caer en una silla con un tono cargado de frustración—. Se cree que todas las mujeres debemos caer rendidas a sus pies como si fuera un dios griego o algo así. Lúa entrecerró los ojos, analizándola con una son