Mi respiración comenzó a acelerarse, al punto que sentí una presión en el pecho que apenas me dejaba pensar con claridad. Era imposible. La sola idea de que Martín, el hombre que me había criado, guardara semejante secreto rompía algo dentro de mí.
—¡No puede ser cierto! —exclamé al fin, con más fuerza de la que pretendía. —Clío, escúchame —siguió hablando el hombre con firmeza, pero ahora había algo de urgencia en su tono—. Martín es un buen hombre. Nunca he dudado de eso, pero él sabía la verdad desde el inicio. Ahora que tengo la oportunidad de hablar contigo, no puedo quedarme callado. Cada frase parecía perforarme un poco más. Me aferré al respaldo de la silla que estaba frente a mí mientras intentaba mantenerme en pie, aunque todo parecía tambalear