Ella ríe, pero algo en sus ojos se enciende. Con Gloria siempre ha sido así: una mezcla de provocación y profundidad que nunca me deja indiferente. Ella todavía no ha aceptado.
—¿Qué tengo que hacer para convencerte de que trabajar juntos tiene grandes ventajas? —hablo mientras ya le estoy quitando la blusa, sin dejar de besarla—. Esto de esperar todo el día para verte, olerte, besarte, hacerte el amor es una tortura, cariño. Dale, di que sí, que trabajarás conmigo. Vamos, cariño. Gloria suspira profundamente, su mano deteniéndose en mi pecho como una pausa intencionada, marcando el ritmo entre nosotros. Sus ojos me escrutan, buscando algo en mi rostro, como si intentara decidir si mi propuesta era simplemente parte de mi necesidad de tenerla cerca o tenía un propósito mayor. —¿Y si te arrepientes? —pregunta en voz