La veo irse y luego miro el retrato de las dos niñas pelirrojas en mi buró. Lo tomo, lo echo en la caja y me marcho rumbo al hospital. Me detengo en una tienda de juguetes para comprar regalos para mis hijos. He visto lo desgastado que está un osito que abraza mi hija; le pido uno igual y varias otras cosas. Me siento feliz.
Llego casi corriendo y se me humedecen los ojos cuando, al llegar a la habitación, los veo sentados en una cama jugando entre ellos. Al sentir la puerta, se giran y me miran. Me adelanto con las bolsas en las manos. —Niños —comienza a hablar Gelsy, que se me acerca y me toma de la mano, tirando de mí—. Este es su papá, ya regresó. Los miro. A pesar de que están muy limpios y arreglados, los estragos de la enfermedad se les notan. Me emociono cuando ambos se paran en la cama y me estiran los brazos, al tiempo que me dicen: —Bienvenido, papá. Y me abrazan con todas sus fuerzas, mientras Gelsy llora emocio