Auren
El mundo se había reducido a un latido. Un pulso constante que retumbaba en mis oídos mientras contemplaba el caos a mi alrededor. Soldados cayendo, gritos desgarrando el aire, el olor metálico de la sangre impregnándolo todo. Y en medio de aquella sinfonía de destrucción, mi padre —el Rey— observaba desde su posición elevada, como un dios indiferente ante el sufrimiento de sus creaciones.
Sentí a Darian a mi lado, su respiración agitada, su mano buscando la mía en medio de la confusión. Pero algo había cambiado dentro de mí. Un calor que comenzaba en mi pecho y se expandía lentamente por mis venas, como si la sangre hubiera sido reemplazada por luz líquida.
—Auren, debemos retroceder —susurró Darian, tirando suavemente de mi brazo—. Hay demasiados.
Pero yo ya no escuchaba. Mi mirada estaba fija en el hombre que me había negado, que me había mantenido en las sombras, que había utilizado mi existencia como una moneda de cambio. El hombre que ahora sacrificaba vidas como si fueran