Kael
El amanecer se filtraba por las ventanas del palacio como un intruso, iluminando rincones que preferían permanecer en sombras. Observé a Auren desde el umbral de la puerta, su silueta recortada contra la luz matutina. Tenía los hombros tensos, la espalda recta como la hoja de una espada. Desde el incidente con el consejero Darius, algo se había roto entre nosotros, algo tan frágil como el cristal y tan valioso como el oro.
—Auren —la llamé, mi voz más suave de lo que pretendía.
Ella no se volvió. Sus dedos seguían trazando patrones invisibles sobre el alféizar de la ventana, como si estuviera descifrando un código secreto en la piedra.
—Necesito que me escuches —insistí, dando un paso hacia ella.
—¿Para qué, Kael? —respondió finalmente, su voz un susurro áspero—. ¿Para escuchar más promesas que no puedes cumplir?
Sus palabras me golpearon como un puño en el estómago. Tenía razón, por supuesto. ¿Cuántas veces le había jurado protección? ¿Cuántas veces había fallado?
—Lo que pasó c