Auren
El silencio de la noche se extendía como un manto sobre los jardines del palacio. La luna, cómplice silenciosa, proyectaba sombras alargadas entre los setos mientras yo caminaba sin rumbo fijo, intentando ordenar mis pensamientos. El aire fresco acariciaba mi rostro, pero no lograba calmar el fuego que ardía en mi interior.
Había pasado horas encerrada en mi habitación, repasando una y otra vez los acontecimientos de los últimos días. Las palabras de mi padre —el Rey— resonaban en mi cabeza como un eco interminable. La alianza. El matrimonio. Mi deber. Todo se mezclaba en un torbellino que me dejaba sin aliento.
Y luego estaba él. Darius. El comandante de la guardia enemiga. El hombre que debía vigilarme, pero cuyos ojos me seguían de una manera que iba más allá del deber.
Me detuve junto a la fuente de mármol. El sonido del agua al caer tenía algo hipnótico, casi reconfortante. Sumergí los dedos en el agua fría, buscando algún tipo de alivio para el calor que me consumía por de