Auren
El amanecer se filtraba por las rendijas de la torre donde me habían confinado. Tres días habían pasado desde mi confrontación con el Rey, mi padre. Tres días de soledad que, extrañamente, me habían otorgado una claridad que nunca antes había experimentado.
Observé mis muñecas, donde las marcas de los grilletes que había llevado durante años habían dejado cicatrices casi imperceptibles. Pasé mis dedos sobre ellas, sintiendo un hormigueo extraño, como si algo despertara bajo mi piel.
—Nunca fueron para protegerme —murmuré a la habitación vacía—. Eran para contenerme.
La revelación había llegado durante la noche, mientras dormía. Un sueño donde mi madre, con su rostro borroso pero su voz clara como el cristal, me susurraba: "Tu sangre es antigua, Auren. Más antigua que los reinos, más poderosa que sus coronas."
Me acerqué al pequeño espejo que colgaba en la pared. Mis ojos, siempre de un ámbar inusual, parecían brillar con una luz interior que nunca había notado. O quizás, que nun