Kael
El amanecer me sorprendió despierto, como tantas otras veces. La diferencia era que ahora mis pensamientos no estaban ocupados por estrategias militares o planes de batalla, sino por ella. Por Auren.
Observé desde mi ventana cómo el sol comenzaba a teñir de dorado las torres del castillo. Mi habitación, austera y funcional como correspondía a un comandante, se encontraba estratégicamente ubicada para vigilar los movimientos en el ala este, donde residía ella. La hija bastarda del Rey, la que debía ser solo una pieza más en el tablero político que mi príncipe manipulaba con maestría.
Pero algo había cambiado.
Las órdenes eran claras: vigilarla, informar de cada uno de sus movimientos, identificar sus debilidades. Prepararla para ser usada cuando llegara el momento. Sin embargo, cada día que pasaba, cada conversación que manteníamos, cada mirada que intercambiábamos, hacía más difícil verla como un simple peón.
Me vestí con mi uniforme negro, ajusté la empuñadura de mi espada y me