Auren
El castillo nunca dormía realmente. Incluso en las horas más oscuras, cuando las antorchas proyectaban sombras danzantes sobre los muros de piedra, había ojos vigilantes, oídos atentos y secretos que se deslizaban por los pasillos como serpientes.
Yo lo sabía mejor que nadie. Después de todo, me habían criado para moverme entre las sombras.
Aquella noche, mientras la luna llena se alzaba sobre las torres, percibí algo diferente en el aire. Una inquietud, un susurro apenas perceptible que alteraba el ritmo habitual del palacio. Llevaba semanas observando pequeños detalles: documentos que desaparecían del despacho del consejero real, guardias que cambiaban sus turnos sin explicación, conversaciones que se interrumpían abruptamente cuando yo me acercaba.
Me deslicé por el corredor este, donde las habitaciones de los embajadores permanecían en silencio. Mi vestido negro se fundía con la oscuridad, y mis pasos, entrenados durante años para no hacer ruido, apenas rozaban el suelo de p