Capítulo 114.

Pov Valeria.

El frío del cemento se metía en mis huesos. La bodega donde me tenían prisionera parecía un ataúd sin tapa: paredes oxidadas, una lámpara colgando que parpadeaba cada tanto, y el sonido constante del agua goteando en algún rincón. El aire olía a humedad, a cigarrillos apagados y a óxido. Cada respiración me recordaba que estaba viva, pero también que podía ser la última.

Tenía las muñecas atadas, y cada movimiento me hacía sentir cómo la cuerda se hundía en la piel. Estaba agotada, con la garganta reseca, pero no pensaba darles el gusto de verme derrotada.

El chirrido metálico de la puerta me heló la sangre. Supe que era ella antes de verla. Carla entró con paso firme, la mirada encendida de rabia y triunfo. Ya no era la mujer que fingía sonrisas en los salones de gala; ahora era una sombra vestida con pantalones militares, botas de combate y una blusa negra que le marcaba la delgadez enfermiza. Tenía un arma colgada al hombro y un sobre en la mano.

—Mírate, Valeria —dijo
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