AURA.
La grabadora apagada es más que una interrupción; es la declaración de un cambio de reglas. Mi mente se acelera, tratando de procesar la maniobra. Él ha cortado mi línea de vida periodística, forzándome a entrar en el territorio personal y peligroso del que me advirtió Thorne.
Alzo la mirada hacia él. Sus ojos grises son lo más intimidante que he enfrentado en esta oficina. No son fríos en el sentido de la indiferencia, sino en el sentido de la precisión quirúrgica. No hay piedad, no hay pasión; solo un análisis absoluto. Son los ojos de un depredador que ya te ha catalogado como presa, pero que se permite el lujo de jugar antes de la estocada final.
Siento el peso de su presencia. Es físico, una gravedad invisible que me obliga a quedarme quieta. Este hombre no solo ocupa espacio; él es el espacio. Mi propia respiración se siente superficial, mi traje se siente ajustado, incómodo. A pesar de mi armadura, sé que en este instante, él ve a la Aura vulnerable que se arrodilló junto