Alina caminaba de un lado a otro en la sala, aún con el sobre de fotos apretado entre sus manos. Sentía la cabeza cubierta por una niebla espesa, intentando reconstruir el rostro de un hombre. S. E. —Samuel Edbert.

El padre de Zack.

—¿Por qué me envió esta foto? ¿Con qué propósito? —murmuró, apenas audible, su voz perdida entre el tic-tac del reloj de pared.

Ninguna de las preguntas de Alina tenía respuesta.

De pronto, su teléfono sonó. En la pantalla apareció un número desconocido. Alina dudó un momento antes de contestar, pero al final deslizó el botón verde.

—¿Hola? —su voz temblaba levemente, nerviosa y alerta.

Silencio.

No pasó mucho antes de que una voz grave, familiar para Alina, rompiera el mutismo.

—¿Has recibido mi pequeño mensaje?

La respiración de Alina se aceleró. —Señor Samuel… —temía equivocarse, pues aquella voz se parecía demasiado a la que escuchaba con frecuencia. La voz del señor Aaron.

—¿Por qué…?

—No hagas tantas preguntas. Debes alejarte de Aaron.

El tono sonaba