Zack se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro en aquella pequeña sala de estar. Sus ojos eran agudos, pero su mirada estaba turbada.

—No lo entiendo, Alina. ¿Qué… es exactamente lo que Daddy quiere de ti?

Alina solo negó con la cabeza.

—Yo tampoco lo sé, Zack. Pero por su tono… parecía alguien que tiene todo el control.

Se frotó la nuca, intentando disipar el frío que recorría su piel. El cuchillo que había llevado antes seguía sobre la mesa de centro, testigo de que la sensación de seguridad había desaparecido hacía mucho tiempo de aquel apartamento.

Zack se detuvo y observó la foto en su mano. La luz de la lámpara iluminaba los detalles del rostro en la imagen: la mandíbula marcada, la mirada penetrante y esa leve sonrisa que no se sabía si tranquilizaba o inquietaba. Samuel Edbert. Su propio padre.

—Maldición… —murmuró, tan bajo que parecía temer que hasta las paredes lo escucharan.

Alina notó el cambio en la expresión de Zack. Había una herida antigua allí, una que solo