#3

La habitación que Skye dijo estar asignada para ellas parece sacada de una pintura antigua o de una de esas películas de romance gótico que tanto le gustan. Las paredes están cubiertas por tapices bordados con hilos dorados, y una chimenea de mármol mantiene el ambiente cálido, llenando el aire con el suave aroma a leña recién encendida. El dosel de la cama es de terciopelo azul profundo, y sobre una mesilla cercana descansa una bandeja con té y galletas de mantequilla. La luz del sol se filtra a través de las cortinas de lino, bañando todo el espacio.

Mientras Victoria se encuentra jugando con una hermosa muñeca de trapo, sentada a una distancia segura de la chimenea, Siena aún se encuentra un poco abrumada por la elegancia del lugar, recorre la habitación con la mirada antes de dejarse caer de espaldas sobre la cama.

—Dime una cosa —dice entre risas, girando la cabeza hacia su hermanita—, ¿ahora debo referirme a ti como “su alteza” o “su majestad”?

Skye, que en ese momento se encuentra revisando una pequeña caja sobre la cómoda, se vuelve hacia ella con una sonrisa divertida. La observa en silencio por un par de segundos, hasta que la risa se le escapa en una dulce melodía que llena la estancia.

—Oh, no, eso sería incorrecto —responde negando con la cabeza—. Yo no poseo ningún título más allá del de Dra, y créeme, prefiero que siguiera siendo así.

Siena la mira con afecto y se incorpora, sentándose al borde de la cama.

—Bueno, no lo digo solo por ti —bromea—, es que todo esto… —mueve una mano abarcando la habitación— parece de otro mundo.

Skye se sienta a su lado, con la sonrisa aún dibujada en los labios.

—Supongo que Alexander tiene parte de la culpa de eso.

—Ahora que lo mencionas —dice la mayor entrelazando los dedos—. Pensé que Alexander era solo un soldado.

Skye asiente despacio, con la mirada tranquila.

—Y lo es —responde—. Él no tiene ningún derecho a heredar el título de barón que pertenece a su familia. Según me explicó, ese título solo se transmite de generación en generación entre los primogénitos. Su padre fue condecorado con el “Sir” por su distinguida carrera militar y los servicios prestados al país. Y Alexander lo heredó del mismo modo: por mérito, no por linaje.

Siena escucha, aunque en realidad su mente se dispersa un poco mientras recorre con la vista las paredes, los candelabros, los retratos de rostros serios que la observan desde el pasado. Al final, suelta una carcajada ligera, la risa de quien todavía no logra creer ni entender lo que ocurre.

—Todo esto es demasiado irreal, Skye. —asegura mientras la mira con una mezcla de diversión y ternura—. Jamás, ni en mis fantasías más locas, habría imaginado que estaría dentro de un castillo medieval… a punto de convertirme en la cuñada de un miembro de la realeza.

Skye ríe suavemente, recostándose hacia atrás sobre la cama con las manos cruzadas sobre el abdomen.

—Cuando lo dices así, suena como el comienzo de una de esas novelas que nos leía mamá.

—O de una locura —añade, riendo también.

El fuego crepita en la chimenea, y durante unos segundos, ambas quedan en silencio, disfrutando del momento.  Pero su momento tranquilo e íntimo se va interrumpido por el ligero toque sobre la puerta de la habitación.

—¿Puedo pasar? —la voz de Alexander se escucha desde el otro lado.

Skye sonríe ilusionada antes de hablar.

—Adelante.

Y esa palabra es seguida del ligero rechinido de la puerta al ser abierta. Siena se apresura a sentarse correctamente

—¿Todo bien? ¿Estás cómoda?

—Sí, muy bien. Gracias por la amabilidad —colocándose de pie, Siena regresa la sonrisa que Alexander le ofrece.

—Me alegra saberlo —colocando las manos  a su espalda, adopta una pose firme y elegante antes de volver a hablar—. Mis tíos te extienden una sincera disculpa ya que han tenido que salir a resolver unos pequeños asuntos, pero estarán de regreso para la cena y ansían conocerte. Así que, pensé que tal vez querrían salir a conocer la propiedad o montar a caballo para hacer tiempo antes de la cena.

—¡¿Tienen caballos?! —Victoria abandona rápidamente su juego  y corre hasta quedar frente a Alexander y observarlo con su mirada totalmente llena de ilusión—. ¿También tienen ponnys?

—Me temo que no tenemos ponis —relajando su postura, baja hasta la altura de la pequeña—, pero puedes montar a caballo conmigo, claro si tu mami lo permite.

Victoria no necesita nada más, corriendo hasta su madre toma su mano y comienza a dar pequeños saltitos.

—¿Puedo, puedo, pueeedo? —sus ojos brillan como los de un cachorro, es más, por un momento le recuerdan al gato de Shrek.

Alexander y Skye no pueden evitar reír ante la tierna escena. Acercándose a su sobrina, Skye también toma la mano de Siena y uniéndose a la petición de la pequeña, adopta un ligero puchero antes de ver fijamente a su hermana.

—¿Podemos?

Siena las observa enarcando una ceja y al final deja salir una pequeña carcajada antes de asentir. Seguido, la habitación se llena vítores de emoción

—Le pediré a Simmons que prepare los caballos —Alexander camina a la salida y se detiene en el marco de la puerta recordando un detalle—. ¡Cierto! Siena, tal vez quieran cubrirse bien, el tiempo estará un poco frío debido a la lluvia.

༻ O ༺

El aire fresco del bosque se cuela entre los árboles, trayendo consigo el olor a tierra húmeda y hojas secas con más fuerza de lo que percibía dentro del castillo. Siena se frota los brazos, intentando retener algo de calor mientras deja escapar una risa suave.

—Definitivamente, “un poco frío” no fue solo un decir —murmura para sí misma, ajustándose la chaqueta y lamentando no haber traído un abrigo más grueso.

A unos metros más adelante, las risas de Victoria resuenan alegres entre los árboles. La pequeña va montada junto a Alexander, quien hace trotar al caballo con cuidado por el sendero cubierto de hojas naranjas y ocres. La escena es tan pintoresca que Siena se toma un momento para detenerse y simplemente observar. El bosque parece una pintura viviente: los tonos naranjas, ocres y rojizos del otoño se funden en una sinfonía de colores cálidos.

—Es hermoso, ¿verdad? —Skye se acercarse a ella sujetando las riendas de su caballo con una elegancia natural.

Siena asiente, con una sonrisa tranquila.

—Sí… es simplemente perfecto.

—También sería un lugar precioso para tener una cita ¿no crees? —añade Skye, con un dejo de picardía en la voz.

Siena gira la cabeza, arqueando una ceja.

—¿Una cita? ¿Aquí? —su hermana asiente efusivamente—. Por si lo olvidas, no tengo con quién tener una cita.

Skye ríe, bajando un poco la mirada.

—Eso podría cambiar —responde con un tono travieso—. Me refiero a que aún no conoces al primo de Alexander.

Siena suspira, disimulando una sonrisa mientras le lanza una mirada de advertencia a su hermana.

—Skye, tengo una hija —responde con serenidad, aunque su tono suena más cansado que serio.

—¿Y eso qué?  —replica su hermana sin dudarlo—, no creo que tener hijos sea un impedimento para nada. Además, solo un idiota no querría a mi Vicky.

—Tal vez no para ti —asegura, volviendo la vista hacia adelante—, pero para algunos hombres sí lo es. Y ya estoy cansada de que al enterarse de que existe Vicky lo siguiente que escucho es un “te llamo después” que nunca llegan. No pienso arriesgar la felicidad ni la estabilidad de Victoria solo por una ilusión pasajera.

Skye se queda en silencio unos segundos, notando la firmeza en su voz. Está a punto de responder, no piensa reñirse con su hermana, pero el sonido seco de un disparo retumba no tan lejos, quebrando la calma del bosque. El caballo de Siena se sobresalta, resopla con fuerza y da un paso brusco hacia atrás.

—Tranquilo, tranquilo… —murmura ella, sujetando las riendas con firmeza mientras acaricia su cuello para calmarlo.

—Debe haber cazadores cerca —mirando hacia el bosque, Skye busca el origen del sonido, pero su seño se frunce cuando no lo logra—. No me gusta la idea de que estén tan cerca, no quiero que Victoria vea cómo matan a un animal. le pediré a Alexander que cambiemos la ruta.

Siena asiente y observa cómo su hermana se adelanta, mientras Victoria, sin perder su sonrisa, agita la mano hacia ella desde la distancia. La joven madre le devuelve el gesto, una vez que el caballo se calma, lo guía para darles alcance.

Un sonido al costado capta su atención.

Entre los árboles, un ciervo aparece. Es un animal majestuoso, con el pelaje del color del cobre y una cornamenta que parece atrapar la luz que cuela entre los árboles. Siena contiene el aliento, maravillada por lo que acerca un poco su caballo, despacio, para no espantarlo.

—Eres hermoso… —susurra, sonriendo mientras saca su teléfono del bolsillo.

Enmarca la imagen en la pantalla, pero antes de presionar el obturador, un nuevo disparo rompe el aire. Esta vez el estruendo suena a pocos metros de ella.

El caballo relincha violentamente, alzando las patas delanteras. Siena, sorprendida, pierde el control de las riendas. Todo sucede en un segundo: el teléfono cae, el mundo se sacude y el cuerpo de Siena es lanzado hacia el suelo.

Un golpe seco. Un destello de dolor en la cabeza. Y luego, oscuridad.

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