Sofía
La primera sesión de terapia no fue lo que había esperado. Quizás en mi mente había idealizado el momento como algo mágico, como si simplemente entrar a esa habitación llena de luces suaves y muebles cómodos pudiera hacer desaparecer el dolor que arrastraba desde hacía meses. Pero no fue así. En cuanto me senté frente a la terapeuta, algo en mí se quebró. Y no fue la compasión que había imaginado, ni las palabras reconfortantes que había esperado. Fue la aceptación de que, al menos en este momento, estaba rota.
Me había estado negando a mí misma por tanto tiempo, pensando que con el tiempo las heridas sanarían por sí solas. Pero ahora, en el silencio de ese pequeño consultorio, rodeada por las paredes blancas que apenas reflejaban la luz, me di cuenta de que las cicatrices que llevaba dentro de mí no desaparecerían con un simple suspiro.
—¿Cómo te sientes, Sofía?— me preguntó la terapeuta con voz suave, como si tratara de destapar una herida que aún no estaba lista para ser toca