Dos meses después de la casa de las montañas, la vida en Aetheria había vuelto a la normalidad — pero nuestra vida, la de los tres, era completamente diferente. Lina había quitado el yeso del brazo y volvía a trabajar en la empresa, más fuerte que nunca. Elara había empezado a estudiar diseño — algo que siempre había querido hacer, pero que nunca tuvo oportunidad. Y yo... yo había aprendido a dejar ir la rabia y a disfrutar del presente.
Una mañana, llegué a la empresa temprano. El despacho estaba lleno de luz — Lina había abierto todas las ventanas. Estaba sentada en la silla de mi padre, revisando documentos, con el café negro a su lado.
“Buenos días, jefa”, dije, sonriendo.
“Buenos días, jefe”, respondió ella, con esa sonrisa picante. “Tengo algo que mostrarte — los resultados del trimestre. Hemos duplicado las ventas.”
“¿De verdad?” Me acerqué y miré la pantalla. Era cierto — los números estaban ahí, claros. “Qué bien. Tú eres la responsable.”
“Nosotros somos los responsables”, di