Maggie abre sus ojos bien grandes, como si se le fueran a salir de las cuencas. Ella es una mujer libre, ama la vida y vive a su antojo. La propuesta de Alexander Di Napoli le cayó como un balde de agua fría.
—¿Estás loco? —pregunta muy enojada, hasta su rostro se sonrojó.
—¿Acaso ves que me estoy riendo?
Ella frunce el ceño y, al verlo tan serio, niega con la cabeza.
—¡Estás demente! Busca a otra porque estás equivocado de mujer —intenta irse, pero nuevamente la toma entre sus brazos.
—No tienes escapatoria, yo salvé tu vida que estaba en manos de un lunático que seguramente te iba a matar.
—¡Pues siendo así, hubiera preferido estar muerta a tener que casarme con un hombre como tú!
—¡Ya quisiera casarme contigo en verdad! —sonríe—. Solo vas a fingir que nos vamos a casar. Igual, tú no eres mi tipo de mujer.
—¡Idiota! —espetó, apartándose de él—. ¡Vete al puto infierno!
—Nos vamos a ir los dos —responde y la agarra de la mano—. Tú y yo vamos a hablar, y si quieres dinero, pues también