El viento soplaba fuerte fuera de la mansión, como si también quisiera revelar secretos ocultos. Lina caminaba por los pasillos oscuros, su mente llena de preguntas y temores que la hacían sentirse más atrapada que nunca. A lo lejos, las sombras de los árboles se movían bajo la luna, pero su mente no podía apartarse de lo que había descubierto.
Era una tarde silenciosa, y Lina había estado investigando en el antiguo despacho de su madre. Había encontrado varios documentos ocultos en un viejo cajón, cartas desgastadas por el tiempo, y una serie de notas escritas en un cuaderno viejo. Las palabras de su madre se alzaban como ecos en su cabeza: "Nunca confíes completamente en la manada. No todo lo que parece ser protección es en realidad seguridad."
—¿Qué querías decir con eso, mamá? —murmuró Lina, sus dedos tocando las cartas como si esperaran darle una respuesta. En una de las cartas, había una mención de una traición dentro de la manada, algo que había terminado con la desaparición de su madre. Lina apretó las mandíbulas. Todo en ella se rebelaba contra la idea de ser arrastrada por el mismo destino oscuro.
De repente, la puerta se abrió suavemente, y Lina levantó la mirada para ver a Erick, su tío, que entraba sin hacer ruido. Su rostro estaba serio, y aunque él intentaba ocultarlo, podía ver el cansancio en sus ojos. Había algo más en él, una inquietud que Lina no podía ignorar.
—¿Encontraste algo? —preguntó Erick con suavidad, acercándose a ella. Lina dudó por un momento, luego asintió lentamente.
—Sí, encontré algo sobre mi madre... sobre lo que pasó con ella —respondió, su voz temblorosa.
Erick suspiró, su expresión endureciéndose al instante.
—No deberías estar buscando esto, Lina. Hay cosas que es mejor dejar en el pasado.
—No puedo... no puedo dejarlo pasar. Necesito saber qué le pasó. —Lina alzó la mirada, sus ojos reflejando una mezcla de determinación y miedo. Su madre había sido una mate de un Alfa, al igual que ella. Pero la historia de su madre no había terminado bien. Había desaparecido sin dejar rastro después de un conflicto con la manada, y aunque muchos pensaban que había huido por voluntad propia, Lina sabía que había algo más en la historia. Algo oscuro.
Erick se acercó, poniendo una mano sobre el hombro de Lina.
—Tu madre era una mujer valiente, pero su destino fue trágico. No quiero que termines como ella, Lina.
Pero Lina ya no escuchaba. Estaba absorta en los recuerdos y las palabras que había encontrado en las cartas. La historia de su madre comenzaba a cobrar forma en su mente, y el miedo crecía en su pecho.
—Ella sabía algo que yo no sé, algo que no me contó. Y ahora me doy cuenta de que nunca me dijo todo. —Lina dejó caer la carta sobre la mesa, su voz llena de una tristeza que nunca había sentido antes—. Creo que mi madre fue traicionada. Creo que la manada fue la causa de su desaparición.
Erick se quedó en silencio, su expresión grave. Había algo en su mirada que hablaba de una verdad que él prefería mantener oculta. Pero Lina no podía ignorarlo. No podía seguir huyendo de lo que estaba a punto de descubrir.
Esa noche, Lina no pudo dormir. Sus pensamientos estaban llenos de imágenes oscuras, de sombras que se deslizaban dentro de su mente. El miedo que sentía por su madre, por su destino, no la dejaba en paz. La idea de seguir el mismo camino, de ser atrapada en una historia que parecía predestinada, la aterraba. Pero había algo más que la atormentaba: Kian.
La conexión con él no desaparecía. De hecho, se volvía más fuerte cada día. La atracción, el deseo, la fuerza de ese vínculo que no podía controlar la estaban consumiendo. Pero lo que más la aterraba era la idea de que todo esto podría ser parte del mismo destino que había destruido a su madre.
A la mañana siguiente, Lina decidió confrontar a Kian. La mansión estaba más tranquila de lo habitual, como si la tormenta que había arrasado durante la noche hubiera dejado huellas profundas en todos. Se encontró con él en los jardines, de pie bajo un árbol, observando el horizonte. La figura de Kian, imponente y distante, parecía estar más allá de lo que ella podía comprender.
—Kian... —su voz sonó más fuerte de lo que esperaba, y él giró para mirarla, su mirada dura, pero había algo vulnerable en sus ojos.
—Lina —dijo con voz grave—. ¿Todo bien?
Lina dio un paso adelante, sintiendo la tensión en su cuerpo. Su corazón latía rápido, pero no podía seguir ignorando lo que estaba sintiendo, lo que había descubierto.
—Tengo que saber más... sobre tu pasado —dijo Lina, mirando fijamente sus ojos dorados. Kian frunció el ceño, pero no dijo nada.
—Mi pasado no es algo de lo que quieras saber —respondió él con frialdad.
—No lo entiendo... —Lina sintió cómo el miedo se apoderaba de ella—. Mi madre... también fue mate de un Alfa. Y desapareció, Kian. Desapareció. Yo... yo no quiero terminar como ella. No quiero que me pase lo mismo.
Kian permaneció en silencio por un largo momento, y Lina vio cómo su rostro se endurecía aún más. Era como si una barrera invisible lo separara de ella.
—Tu madre y yo... —Kian empezó, pero se detuvo, como si las palabras lo quemaran. Su expresión se suavizó brevemente, una sombra de dolor cruzó por sus ojos—. Perdí a mi mate. No fue por lo que la manada hizo, pero... nunca pude salvarla.
Lina tragó saliva, su corazón se aceleró al escuchar la vulnerabilidad en su voz. Kian nunca había hablado de su pasado de esta manera. Siempre había sido distante, frío, un líder fuerte e impenetrable. Pero ahora, con esas palabras, Lina veía algo más en él, algo que compartían.
—¿Qué pasó? —preguntó ella en un susurro, sus ojos buscando los de él, esperando alguna respuesta.
Kian miró al suelo, su expresión quebrándose por un momento antes de mirarla directamente.
—Fue una tragedia... algo que nunca quise que sucediera. Y no voy a permitir que vuelva a pasar. —Su voz era baja, casi un murmullo, pero Lina pudo ver la dureza en su mirada.
Lina no sabía qué hacer con esa información, con la nueva comprensión que tenía sobre él. Por un momento, sintió una chispa de compasión por él, pero también una creciente desesperación. Estaba atrapada en una red de destino, miedo y atracción. Y a medida que el lazo entre ellos se fortalecía, Lina se preguntaba si alguna vez sería capaz de escapar de todo esto, o si su futuro estaba irremediablemente marcado.
—No puedo... no puedo permitir que esto se repita. No puedo ser como mi madre. —Lina dio un paso atrás, el miedo a lo desconocido volviendo a envolverla.
Kian la miró en silencio, su rostro impasible, pero sus ojos reflejaban algo más. Algo que Lina no podía descifrar.
—Tienes que tomar tus propias decisiones, Lina. Nadie puede decidir por ti. —Dijo él, su tono frío, pero había un toque de algo más. Algo que se mezclaba con la complicidad de su dolor compartido.
Lina asintió lentamente, pero el miedo seguía palpitando en su pecho. Aunque su corazón le pedía estar cerca de él, su mente seguía luchando contra el destino que parecía inminente.
Justo cuando Lina estaba por marcharse, giró una última vez para mirar a Kian. Él seguía allí, de pie bajo la sombra del árbol, con esa mirada cargada de algo que ella no sabía si era dolor… o advertencia.
—¿Qué estás ocultando realmente, Kian? —susurró para sí, apenas audible.
Pero antes de que pudiera dar otro paso, una ráfaga de viento helado cruzó el jardín, trayendo consigo un aroma extraño. No era natural. No era parte del bosque.
Era sangre.
Kian lo olió al instante. Sus ojos cambiaron de color en una fracción de segundo, adoptando ese brillo ámbar que Lina ya comenzaba a reconocer como una señal de alarma. Su cuerpo se tensó, y con un gruñido bajo, se colocó frente a ella.
—Entra ahora. No preguntes —ordenó con una voz gutural que no aceptaba discusión.
—¿Qué pasa? —preguntó Lina, su piel erizándose, sintiendo el peligro vibrar en el aire.
—No eres la única que está siendo observada.