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La noche había caído como un manto oscuro sobre la mansión. Los cielos estaban cubiertos de nubes grises, y el viento comenzaba a aullar entre los árboles. Lina no podía evitar sentir que algo en el aire estaba fuera de lugar, una tensión palpable que parecía filtrarse en cada rincón del territorio. Todo estaba demasiado quieto, demasiado pesado. Algo se avecinaba.

Lina se encontraba en la cocina, absorta en sus pensamientos, cuando de repente el sonido de un fuerte rugido resonó en la distancia. Su corazón dio un vuelco, y sus sentidos se agudizaron al instante. No era un rugido común. Era el rugido de un lobo, pero no el de los suyos. Algo no estaba bien.

—¡Lina! —La voz de su tío, Erick, la alcanzó desde el pasillo. Se veía pálido, preocupado—. Ve a tu habitación, ahora.

Lina no necesitaba más palabras. El pánico comenzó a recorrer sus venas mientras corría hacia el pasillo. A lo lejos, los primeros sonidos de lucha llegaron a sus oídos: gruñidos, el crujir de ramas rotas, y los ladridos de los lobos en guerra. Un ataque.

Sin pensarlo, se dirigió a la ventana más cercana, observando con horror cómo el terreno se iluminaba con las sombras de figuras veloces que se movían en la oscuridad. Lobos, muchos lobos, pero no pertenecían a la manada de Kian. Lina pudo distinguir a algunos de los atacantes a pesar de la penumbra. Había algo en sus movimientos, algo en su postura que la hizo reconocerlos como rivales.

—¡Están atacando! —gritó, el terror apoderándose de su cuerpo.

Antes de que pudiera reaccionar, vio cómo un grupo de lobos, grandes y furiosos, se abalanzaban sobre los miembros de la manada. La batalla era brutal. Kian apareció de entre las sombras, su figura imponente resaltando entre los árboles como una sombra de poder. Su presencia era tan fuerte que Lina sintió una oleada de calor recorriéndola, pero no era el momento de pensar en él de esa manera.

Kian se transformó con una rapidez inhumana, sus músculos se estiraron y su cuerpo se cubrió de un pelaje oscuro mientras sus ojos dorados brillaban con una intensidad que solo los Alfa podían poseer. Su transformación fue una danza de poder, cada movimiento una muestra de la fuerza primitiva que residía dentro de él. Observó a su alrededor, evaluando rápidamente la situación.

—¡Defiéndanse! —rugió, su voz resonando con autoridad. Los miembros de la manada se alinearon, listos para enfrentarse al enemigo, y Lina pudo ver el respeto y la admiración que los demás le otorgaban. Era el líder, el protector, el Alfa.

La batalla estalló con una ferocidad que Lina no había visto nunca. Lobos chocaron contra lobos, el sonido de los dientes afilados mordiéndose llenaba el aire, y el rugido de Kian, fuerte y dominador, se alzaba sobre todos los demás. Su presencia era una fuerza indomable, su furia imposible de contener. Cada ataque, cada movimiento de Kian demostraba su poder. Era un líder nato, alguien capaz de hacer lo que fuera necesario para proteger a su manada.

Lina no podía apartar la mirada. Algo en ella se removió al ver a Kian luchar. No era solo su fuerza física lo que la impresionaba, sino su determinación, la manera en que se entregaba completamente a la lucha. Cada golpe, cada movimiento, estaba calculado para garantizar la victoria de su gente. Él no solo era el Alfa por ser fuerte, sino por ser un protector incansable.

De repente, Lina sintió un tirón en el brazo. Un lobo enemigo la había alcanzado, su mirada feroz, sus colmillos listos para morder. El pánico se apoderó de ella mientras luchaba por liberarse, pero antes de que pudiera hacer algo, una sombra oscura la rodeó y, en un abrir y cerrar de ojos, Kian estaba allí, apartando al atacante con un brutal zarpazo.

—¡Lina, corre! —gritó él con furia, sus ojos dorados fijándose en los suyos con una intensidad que la paralizó por un segundo. Pero no era tiempo para dudas.

Lina no tuvo más opción que obedecer. Su corazón latía con fuerza, pero Kian ya había retomado su lucha. No podía dejar de mirarlo. Aunque sus sentimientos hacia él fueran confusos, aunque odiara el destino que le había sido impuesto, algo en su interior la mantenía atada a él. Y ahora, al verlo protegerla con una ferocidad que jamás había imaginado, algo dentro de ella comenzó a cambiar.

Se refugiaron dentro de la mansión, donde los miembros de la manada trataban de reorganizarse. El ataque no había terminado, y Lina sabía que la batalla continuaría durante horas. Mientras observaba a los hombres lobo moverse con rapidez, con disciplina, no pudo evitar sentirse pequeña, insignificante. Ellos vivían en un mundo completamente diferente al suyo. Un mundo donde la lucha era constante, donde el poder era la clave para sobrevivir.

Kian apareció frente a ella, su respiración agitada pero su expresión implacable. El furor de la batalla aún brillaba en sus ojos.

—¿Estás bien? —preguntó con voz grave, pero había una fragilidad en sus palabras que Lina no esperaba.

Ella asintió, aunque el miedo seguía haciendo nudos en su estómago. Pero no podía mirarlo de la misma manera. La conexión que sentía con él se estaba intensificando, pero no era solo la predestinación lo que la atraía. Había algo más, algo más profundo.

—Sí… estoy bien —respondió, su voz un susurro.

Kian la observó con intensidad, como si estuviera evaluando algo en ella, pero luego apartó la mirada, como si no pudiera permitirse mostrar debilidad.

—Esto no ha terminado —dijo, y su voz era tan fría y decidida que Lina sintió un escalofrío recorrer su espalda.

La manada estaba en alerta máxima, y ella no podía evitar preguntarse qué sucedería a continuación. Kian, con toda su furia y poder, estaba allí para proteger a su gente. Lina no podía negar que lo veía con otros ojos, con una comprensión diferente. Su imagen de él había cambiado. El hombre distante y frío ahora se presentaba como algo mucho más complejo.

La amenaza no había sido derrotada, y Lina pronto comprendió que el peligro que enfrentaban era mucho mayor de lo que había imaginado. Si algo había quedado claro esa noche, era que la manada de Kian estaba en peligro, y ella, aunque no quisiera aceptarlo, estaba atrapada en medio de todo esto.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Lina, su voz tensa, mientras miraba a Kian, buscando respuestas.

Kian la miró con dureza, pero hubo un destello de algo en sus ojos, algo que Lina no logró descifrar.

—Sobrevivir —respondió, su tono grave—. Lo único que podemos hacer es sobrevivir.

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