El amanecer filtraba una luz pálida por las cortinas de la habitación de Lina, pero ella ya estaba despierta. El corazón le latía con fuerza desmedida, como si hubiera corrido kilómetros. La sábana estaba empapada en sudor frío y sentía su piel ardiendo, como si una fiebre repentina la consumiera desde adentro.

Pero no era solo eso.

El mundo se sentía... diferente.

Los sonidos eran más nítidos. Podía oír el viento moviendo las ramas de los árboles a metros de distancia, el goteo lento de una canilla mal cerrada en el baño contiguo. Incluso podía escuchar los latidos de su propio corazón, reverberando como tambores dentro de su pecho.

—¿Qué demonios...? —murmuró, llevándose las manos a las sienes.

Cuando se incorporó, un olor dulce y denso la golpeó como una ráfaga. Era el perfume de la tierra mojada, mezclado con un aroma más intenso... masculino. Kian. Había pasado por el pasillo hacía horas, lo sabía sin siquiera pensarlo. Su aroma flotaba en el aire como si fuera parte de ella.

"Es