El sol había comenzado a esconderse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un naranja profundo que casi parecía fuego. Lina caminaba por el largo pasillo de la mansión, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos que no podía calmar. La conexión con Kian se sentía cada vez más fuerte, algo que la aterraba profundamente. Cada vez que pensaba en él, una extraña presión la envolvía, como si algo la estuviera jalando hacia su destino. Y lo peor de todo, no podía evitarlo. Esa conexión era real. Estaba más allá de su control, y eso la hacía sentirse vulnerable.
—Esto no está bien… —se murmuró a sí misma mientras pasaba una mano por su cabello, intentando despejarse. Pero el murmullo de su mente seguía ahí, persistente, como si alguien la estuviera llamando constantemente.
Al principio, pensó que era solo una alucinación o algún tipo de trastorno producto del estrés. Pero no lo era. Los susurros, las voces… todo la conectaba con él. Con Kian. Cada vez que él se acercaba, los susurros se intensificaban hasta el punto de ser ensordecedores. Y lo peor, se sentía atraída, como si una fuerza invisible la empujara hacia él, hacia ese hombre que tanto odiaba.
Con cada paso que daba, la atracción hacia él se volvía más difícil de ignorar. Y era una atracción que la llenaba de odio hacia sí misma. ¿Cómo podía desear a alguien que representaba todo lo que ella no quería ser? ¿Un Alfa? ¿Un hombre que vivía bajo reglas que ni siquiera podía entender? ¿Cómo podía querer a alguien que era su destino? Pero ahí estaba, en sus pensamientos, en su mente, en su cuerpo.
Decidió que tenía que hacer algo al respecto. No podía seguir así.
—Lina, ¿dónde estás? —la voz de su tío la interrumpió mientras entraba al salón.
Lina se giró rápidamente, sintiendo un leve alivio al dejar de pensar en Kian, aunque solo fuera por un momento.
—Aquí, en el pasillo —respondió, forzando una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Erick caminó hacia ella con paso firme, su expresión preocupada. Sabía que su sobrina estaba luchando con todo esto, pero no podía evitar sentirse responsable.
—Sé que esto no es fácil. —Erick se detuvo frente a ella y la miró a los ojos—. No quiero que pienses que estás sola en esto, Lina. Yo te cuidaré.
Lina asintió, aunque en su corazón sentía una creciente sensación de que nada de lo que pudiera hacer cambiaría el destino que la esperaba. No quería ser parte de esta manada, no quería vivir bajo sus reglas, pero ¿qué otra opción tenía?
Antes de que pudiera responder, la puerta del salón se abrió y una figura alta apareció en el umbral. Kian.
Lina sintió cómo su corazón dio un vuelco, y un calor extraño comenzó a subir por su cuello. Era imposible ignorarlo. Su presencia llenaba la habitación, la hacía sentirse pequeña, vulnerable. La conexión que había tratado de suprimir volvía a ser evidente.
Kian la observó, sus ojos dorados brillando con una intensidad que la hizo estremecerse.
—¿Aún sigues aquí? —su voz sonó fría y distante, pero también había algo más. Algo que Lina no podía descifrar.
Lina intentó mantener la compostura, aunque su cuerpo ya traicionaba su mente. Podía sentir la intensidad de su mirada, la presión en el aire. Los susurros volvieron a intensificarse en su mente, y la atracción hacia él creció aún más fuerte.
—No he terminado de explorar la mansión —respondió Lina, su voz saliendo más temblorosa de lo que hubiera querido.
Kian no respondió inmediatamente. En lugar de eso, observó el rostro de Lina, como si pudiera ver dentro de ella. Durante unos segundos, el silencio se hizo palpable, tenso, insoportable.
Finalmente, Kian habló, esta vez con una voz más baja, casi como si estuviera compartiendo un secreto.
—No eres la única que lo siente —dijo, haciendo que Lina lo mirara sorprendida. Sus palabras eran como un hechizo que la atrapaba—. Sé que te atraigo, lo sé porque lo siento también. Pero eso no cambia lo que somos. No cambia lo que debemos hacer.
Lina dio un paso atrás, sintiendo la necesidad de huir, de escapar de esa sensación que le estaba ahogando.
—No quiero ser tu mate —respondió con firmeza, aunque su voz se quebró al final. No sabía si lo decía para él o para sí misma.
Kian no pareció sorprenderse, pero sí hubo un cambio en su expresión. Era una mezcla de frustración y dolor, como si algo lo estuviera destrozando por dentro.
—No es una elección, Lina. —Su tono se suavizó por un momento, pero rápidamente volvió a ser el de antes, frío y distante—. Lo que tenemos es inevitable.
—No es justo —dijo ella, luchando por controlar la rabia que se acumulaba en su pecho. No quería ser parte de todo eso. No quería que su vida estuviera gobernada por una conexión tan poderosa e incontrolable.
Antes de que Kian pudiera decir algo más, Lina giró sobre sus talones y salió de la habitación. Su corazón latía con fuerza en su pecho, y su mente seguía siendo un caos. No podía seguir en ese lugar. No podía seguir soportando la conexión que la ataba a Kian.
Sin pensarlo más, comenzó a caminar por los pasillos, buscando la salida. Estaba decidida a irse. Necesitaba encontrar algo que la liberara, algo que la sacara de ese lugar tan extraño y peligroso. Tenía que escapar, aunque fuera por un rato.
Cruzó la puerta principal y salió al aire libre, respirando profundamente, tratando de calmarse. Pero no logró alejarse más de unos metros antes de que una extraña sensación la invadiera, una presión creciente en su pecho, como si algo la estuviera llamando.
Casi sin pensarlo, sus pies la llevaron de vuelta, hacia la mansión, hacia el territorio de la manada. No podía explicarlo, pero lo sentía con todo su ser. Algo la atraía hacia él, hacia Kian. La conexión, esa maldita conexión que no podía controlar.
Cuando entró de nuevo en la mansión, encontró a Kian esperándola en el umbral. Sus ojos dorados brillaban con intensidad, como si hubiera estado esperando su regreso.
—No puedes escapar —dijo, su voz tan grave que Lina sintió una oleada de emociones encontradas—. Esto es lo que somos. No hay vuelta atrás.