Desde que toqué el relicario y sentí a mis antepasadas dentro de mí, el mundo no volvió a ser el mismo. Ya no caminaba por la tierra; la tierra caminaba conmigo. Pero si algo aprendí de las visiones, fue que todo poder conlleva una sombra. Y yo… había empezado a verla en los ojos de Kian.
Los primeros días tras su recuperación, parecía el mismo. Silencioso, fuerte, siempre atento a todo lo que ocurría a su alrededor. Pero luego… las grietas comenzaron a mostrarse. Pequeñas al principio, casi imperceptibles. Un destello oscuro en su mirada cuando algo no le gustaba. Una tensión en la mandíbula que antes no estaba. Una pesadez en su presencia que no podía explicar.
Una noche desperté por un grito ahogado. Me giré, aún medio dormida, y lo vi. Kian estaba sentado al borde de la cama, cubierto en sudor, respirando como si acabara de escapar del infierno.
—¿Otra pesadilla? —pregunté, sentándome a su lado.
—No importa. Estoy bien —respondió, con la voz áspera.
—Sí importa, Kian. Esto es la t