No había noche desde la proclamación en la que pudiera dormir sin sobresaltos. Desde que Giovanni pronunció aquellas palabras —“Eres la Heredera de la Luna”—, algo en mí cambió. No era solo una sensación… era una fuerza. Algo vivo.
La primera visión llegó dos noches después. No fue un sueño cualquiera. Sentí que me arrancaban del presente, que me arrancaban de mi cuerpo.
Me vi en un claro bañado por una luz plateada imposible. Frente a mí, una mujer de cabellos como la nieve, piel dorada y ojos que brillaban como astros. Llevaba una túnica de lino con símbolos bordados que parecían danzar con el viento. No hablaba, pero sus labios se movían en un murmullo que se clavó en mi alma como un eco lejano.
—Encuentra la sangre. Encuentra el relicario. El tiempo se acorta.
Me desperté con el corazón golpeando en el pecho, sudando, el nombre “Elariel” en la lengua. No sabía si era su nombre o una palabra sagrada, pero desde esa noche, cada vez que cerraba los ojos, ella regresaba.
Los días sigui