El viento soplaba con una fuerza casi ceremonial, levantando hojas secas que giraban a mi alrededor como si fueran llamas doradas. El cielo estaba cubierto por nubes espesas que dejaban filtrar apenas un rayo pálido de luz. Había algo sagrado en el ambiente, algo antiguo… y me estremecía.
Kian me acompañó hasta la entrada del Círculo de las Raíces, un claro custodiado por los chamanes de la manada. Nadie que no tuviera sangre destinada podía atravesar esa barrera natural sin ser consumido por el poder ancestral.
Yo no estaba segura de si mi sangre era suficiente.
—¿Estás lista? —preguntó Kian, su voz baja, casi un murmullo que parecía mezclarse con los sonidos del bosque.
Asentí, aunque la verdad era otra. Estaba aterrada.
—No sé qué van a pedirme —dije, evitando mirarlo—. No sé si voy a poder con esto.
—Ya has enfrentado cosas que habrían destruido a cualquiera, Lina. Si los Ancestros no ven tu fuerza, están ciegos.
Me volví hacia él, buscando algo en sus ojos. Seguridad. Fe. Amor. L