El sol apenas comenzaba a asomar sobre las montañas cuando me detuve al borde del claro. Desde la sombra de los árboles, la observé.
Lina.
Sus movimientos eran aún torpes, descoordinados a ratos, pero había algo feroz en su determinación. Cada vez que se caía, volvía a levantarse. Cada vez que erraba un golpe, lo repetía hasta que lo hacía bien. A su alrededor, el aire temblaba con una energía que no sabía controlar. Y eso… eso me ponía en alerta.
Pero no me acerqué.
No esta vez.
Asha la guiaba en silencio, y Giovanni observaba desde una roca con los brazos cruzados. Me sorprendía que no intentara intervenir más; él solía ser sobreprotector. Yo también quería serlo. Quería lanzarme al centro del círculo, tomarla entre mis brazos y decirle que no tenía que demostrarle nada a nadie. Que su sola existencia ya bastaba.
Pero ella no me necesitaba así.
No ahora.
Y respetarla, contenerme… dolía.
—Kian —dijo una voz a mi lado. Era Gael, uno de los centinelas de mayor confianza—. ¿No piensas i