Cuando todo se calmó, cuando los cuerpos aún jadeantes comenzaron a buscar aire y sosiego, él apoyó la frente en la de ella. Sentían las respiraciones sincronizadas, los corazones desacelerando al mismo compás. Thor acarició su cabello con delicadeza.
— Me encanta tu cabello —dijo, con la respiración todavía entrecortada—. Prométeme que nunca lo vas a cambiar.
Ella sonrió, aún con los ojos cerrados, y susurró:
— Lo prometo.
Thor se acomodó un poco, la mantuvo entre sus brazos y, para su sorpresa, empezó a cantar. Su voz era grave, suave, cargada de emoción. Era una canción romántica, lenta, como una declaración envuelta en melodía.
Celina abrió los ojos de par en par, sorprendida. Jamás habría imaginado que él cantara así. La emoción la invadió con tanta fuerza que las lágrimas comenzaron a deslizarse en silencio, sin que pudiera detenerlas. Lo miraba fascinada, hipnotizada.
Cuando terminó, ella llevó las manos al rostro de él, conmovida:
— Cantas tan hermoso, amor…
Él sonrió y dijo: