Celina apartó la mirada, sintiendo cómo el pecho se le encogía. Intentó contener las lágrimas, pero se desbordaron, silenciosas.
—Yo no quería que fuera así. No quería causar problemas, lo juro. Solo… solo… —la voz se le quebró—. Necesito irme.
Angélica la abrazó con un cariño silencioso, respetando el dolor que ella no lograba poner en palabras.
—Espera a que él vuelva, hija. Ustedes necesitan hablar.
—No puedo —susurró Celina, la voz temblorosa—. Ya no puedo más. No tengo fuerzas. Gracias por la acogida, por la amabilidad… de verdad, pero prefiero irme sola.
Angélica todavía le ofreció llevarla, pero Celina rechazó con una sonrisa triste. Tomó su pequeña maleta de mano y entró al ascensor sin mirar atrás, con el corazón hecho pedazos.
Afuera, la noche estaba fría. Pero nada comparado con la frialdad que había sentido allí dentro.
Minutos después, Thor regresó a la sala con una expresión sombría. Al ver solo a su madre, frunció el ceño.
—Mamá, ¿dónde está Celina?
Angélica, sentada en