Ella respiró hondo, con voz débil, casi en un susurro:
— Mátame, asqueroso...
Él se rió entre dientes, una risa sin alegría.
— ¿Matarte? No, ricachona... Ya te he dicho que matarte sería una liberación. Y tú no mereces la liberación.
Se inclinó, acercándose a su oído.
— Vas a pagar cada segundo. Vas a pagar por cada lágrima que has hecho derramar a alguien. Y vas a pagar despierta.
Isabela se mordió el labio, tratando de no derrumbarse.
—Pero hoy... —se enderezó—. Hoy te vas a dar un baño. No es por compasión, no. Es porque ni siquiera un cadáver podrido merece apestar aquí dentro.
Hizo una señal con la mano a uno de los hombres que esperaba en la puerta.
— Trae el agua. Y quítale la cuerda, pero ten cuidado, porque esa ya ha mostrado los dientes antes.
Después de un rato, dijo:
— Hoy vas a recibir un trato VIP de lujo —dijo mientras le sujetaba la barbilla y luego gritó—. Trae las tijeras, que nuestra huésped corta el pelo.
Después de un rato, dijo:
— Ponla a cuatro