Celina cerró los ojos, sintiendo un nudo en el pecho. Thor se acercó y tomó sus manos, como quien ofrece apoyo, pero también busca consuelo.
—Lo sé… —murmuró él, con voz grave—. Es duro escucharlo. Pero tenías que saberlo.
En la mansión, el ambiente también estaba cargado de tensión. Arthur permanecía en la sala junto a su padre; Zoe y Eloísa estaban juntas en el sofá, mientras Clarisse dormía en su cuna. Otto pidió que apagaran la televisión; el tema no admitía distracciones.
—Tenemos que hablar de Isabela —dijo Otto, mirando a las dos mujeres.
Zoe, sorprendida por el tono serio, se enderezó en la poltrona.
—¿Qué pasó con ella, suegro?
Arthur respiró hondo antes de responder, eligiendo cuidadosamente las palabras.
—Esta mañana la dejaron en la puerta de un cuartel, en Río… está hospitalizada en estado crítico.
Eloísa llevó una mano al pecho. —Dios mío…
—Supimos que se había estado escondiendo en una favela —continuó Otto, con voz baja pero firme—. El jefe del lugar la mantuvo cautiva