Los esbirros obedecieron, inmovilizándola aún más. Uno de ellos le empujó los hombros contra la pared, mientras el otro le inmovilizaba las muñecas.
El líder avanzó de nuevo, ahora pegando su cuerpo al de ella, su peso y su presencia aplastando cualquier espacio restante. El aliento caliente golpeaba la cara de Isabela, pero ella mantenía la mirada fija, la barbilla alta.
- Necesitarás más de dos para que baje la cabeza -le espetó, casi rozándole la oreja.
Él le sonrió, pero era una sonrisa sin humor, fría y letal.
- Ya veremos... hasta dónde llega ese coraje.
La habitación estaba llena de tensión. Fuera, el sonido lejano de voces y pasos parecía provenir de otro mundo. Dentro, sólo había silencio, olor a pólvora y un peligroso juego de quién rompería primero.
Sin dejar de mirarla, empezó a desabrocharse el cinturón, bajándose los calzoncillos con un movimiento brusco. Le siguieron las bragas. Isabela, al darse cuenta de la escalada, reaccionó con furia: levantó la rodilla y emp