Zoe tardó unos segundos en responder. Miró a Arthur, que estaba sentado a su lado, y encontró en él esa mirada que ya conocía tan bien: atenta, protectora, cargada de preocupación. Él extendió la mano, y ella la tomó, sintiendo el calor firme de sus dedos.
—Voy a ir —dijo, simple, pero con una firmeza que no dejaba espacio a dudas.
Arthur no soltó de inmediato.
—Amor… no tienes por qué ponerte en esa situación.
—Tranquilo, mi vida. Estoy bien.
Él pasó la otra mano por la pierna, visiblemente nervioso, antes de hablar.
—Por mí, no deberías ir. Pero si digo que “no”, como ya pasó antes, sería imponerme… y no quiero que parezca que decido por ti.
Zoe esbozó una pequeña sonrisa, genuina.
—Lo sé, amor. Y no te preocupes, no me enojé por tu actitud aquella vez. Entiendo que todo esto es complicado. Pero decidí escucharla… y sé que puede ser bueno o malo, pero necesito oírla.
Arthur respiró hondo y asintió.
—De acuerdo… pero, por favor, si notas que lo que va a decirte te hace mal, si siente