El pasillo estaba en silencio cuando Zoe regresó. Sus pasos eran firmes, pero un peso invisible caía sobre sus hombros. El aire frío del hospital se sentía más espeso, y cada respiración requería esfuerzo. Al acercarse a la sala reservada, vio a Arthur con el rostro serio, Otto y Eloísa a su lado, y un poco más atrás, al abogado Álvaro. Thor y Celina habían llegado mientras ella aún hablaba con Sabrina.
Apenas Zoe cruzó la puerta, Celina fue la primera en levantarse. Su mirada preocupada no ocultaba el alivio de verla.
—¿Cómo estás? —preguntó, envolviéndola en un abrazo apretado.
Zoe no pudo responder enseguida. Se limitó a aferrarse a su amiga durante unos segundos, sintiendo el calor de ese gesto. Cuando se separó, no miró a Arthur, ni a nadie más. Sus ojos buscaron a una sola persona.
—Doctor Álvaro… ¿podría darme la bolsa de Sabrina?
Álvaro, que la observaba con discreta atención, frunció levemente el ceño, pero se levantó sin cuestionar.
—Por supuesto —dijo, tomando la