Zoe dejó que una lágrima resbalara en silencio y, sin poder contener la emoción, se inclinó para abrazarla. Permanecieron así, unidas, meciéndose con la brisa suave de la noche.
Al otro lado de la casa, en el despacho de Otto, padre e hijo estaban sentados en butacas de cuero. La botella de whisky entre ellos era pura decoración, ya que Arthur había dejado de beber.
Otto lo observaba en silencio, con una sonrisa discreta en el rostro.
—Entonces… ella volvió a casa —dijo Otto, con un tono de sorpresa esperanzada.
—Volvió —confirmó Arthur, mirando el vaso vacío entre sus manos—. Y ahora cargo con el peso de no poder equivocarme. Ni un milímetro, papá.
—Ya cometiste errores, Arthur. Lo que define a un hombre es lo que hace después de ellos. Y hasta ahora, has sido digno de la segunda oportunidad que te dieron.
Arthur levantó la mirada.
—Lo intento. Más que nunca. Después del accidente… me sentí un inútil. Una carga. El tipo que perdió a la mujer que amaba, que la traicionó, que terminó e