Arthur sintió que el mundo se detenía.
La imagen frente a él era tan inesperada como dolorosamente deseada.
Zoe estaba allí.
Con los ojos llenos de lágrimas, la expresión frágil y las manos temblorosas, sostenía la manija de la maleta junto a su cuerpo. Su cabello caía en ondas desordenadas sobre los hombros, delatando el cansancio. Su respiración era corta, como si necesitara encontrar valor en el propio aire para estar donde estaba.
Ninguno de los dos dijo nada al principio.
Ella simplemente lo miró.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse lentamente por las mejillas de Zoe, mientras Arthur, ante aquella imagen, sintió que el suelo desaparecía bajo él. Parpadeó despacio, como si necesitara asegurarse de que no era una ilusión. Su corazón latía con tanta fuerza que parecía llenar toda la sala. Sus manos se aferraron con fuerza a los apoyos de la silla. Apenas respiraba.
—Zoe… —murmuró con la voz quebrada, la mirada clavada en ella.
Ella dio un paso al frente, todavía en silencio.
Y con