Arthur todavía sentía los labios de Zoe en los suyos. El sabor de ella permanecía en su boca como una memoria viva, un fuego que no se apagaba. Cuando ambos separaron los rostros, con las frentes aún unidas, sus respiraciones entrecortadas decían mucho más que cualquier palabra.
—Te amo, preciosa. Como nunca amé a nadie antes. —murmuró él, con la voz ronca, cargada de emoción.
Zoe sentía el corazón latir con fuerza, como si cada pulso fuera un ruego. Quería decirle que también lo amaba, que ese amor nunca había muerto, solo estaba adormecido bajo las heridas y el resentimiento. Pero todavía no estaba lista para desnudar el alma con palabras. Aún no. Así que solo asintió con la cabeza, intentando contener el incendio que ardía dentro de su pecho.
Arthur lo entendió. Sabía que sería un proceso largo. Que tendría que reconquistar cada parte de ella: un gesto, una mirada, una caricia, una palabra dulce. Y estaba dispuesto. Totalmente dispuesto a hacerlo.
—¿Quieres comer algo? —preguntó co