Arthur frunció el ceño. Conocía cada una de sus facetas: la sequedad en la respuesta, la mirada baja, la tensión en los hombros… algo no estaba bien.
—¿De verdad estás bien, Zoe?
Ella no respondió. Permaneció en silencio, con los ojos fijos en un punto cualquiera de la mesa. El silencio entre los dos se volvió denso, hasta que una lágrima cayó, silenciosa, por el rostro de Zoe.
Arthur se inclinó despacio, extendiendo la mano para rozar la suya con ternura.
—Háblame, amor… ¿qué pasó?
Zoe negó con la cabeza, los ojos nublados por las lágrimas.
—Si pudiera volver atrás… —murmuró con la voz entrecortada— …no me habría casado contigo.
Aquellas palabras fueron como cuchillos. Arthur sintió que el pecho se le apretaba, pero mantuvo la calma. Apretó con suavidad los dedos de ella.
—Entiendo que estés dolida… pero voy a hacerte cambiar de opinión. Te lo prometo, linda. Voy a demostrarte que lo nuestro todavía puede salvarse. Que vale la pena.
El almuerzo transcurrió en silencio. Zoe apenas com